“Pensar en el pasado de manera negativa deteriora la salud”. Esta es a grandes rasgos una de las conclusiones de un estudio recientemente realizado por los psicólogos Cristián Oyanadel y Gualberto Buela-Casal, profesores de psicología e investigadores en la Universidad de Granada (UGR) y publicado en la revista Universitas Psychologica.
El estudio, llamado “La percepción del tiempo: influencias en la salud física y mental” tenía como objetivo clarificar de qué manera influye la actitud de las personas hacia los acontecimientos vitales pasados, las vivencias presentes y las expectativas futuras, en la percepción de la salud física y la calidad de vida. Para ello los autores han evaluado a un total de 50 personas (25 varones y 25 mujeres entre 20 y 70 años) elegidas al azar, a las que aplicaron un test para la evaluación de su actitud ante el pasado, el presente y el futuro y un cuestionario para evaluar el grado de calidad de vida y salud percibía. De esta manera, los investigadores podían correlacionar las distintas actitudes ante la vida con el grado de salud y calidad de vida percibido. Los resultados permitieron clasificar a los participantes en tres perfiles “temporales”: 1) Predominantemente Negativos, 2) Predominantemente orientados hacia el futuro y 3) Equilibrados.
Los “Predominantemente Negativos” son personas que recuerdan de manera negativa los acontecimientos vividos en el pasado y así mismo son, por lo general, personas que tienden a tener una visión igualmente negativa del presente y pesimista hacia el futuro. Lo que se ha comprobado es que éste tipo de personas presentan los peores indicadores en calidad de salud, reportan tener mayores problemas en sus relaciones sociales, experimentan más dificultades para esforzarse físicamente en actividades cotidianas y más limitaciones físicas para el rendimiento en el trabajo. Además perciben mayor dolor corporal, tienen mayor predisposición a enfermar y presentan mayor tendencia a estados depresivos, ansiosos y alteraciones conductuales en general, como han explicado los investigadores.
Por el contrario, los otros dos perfiles muestran una relación diferencial con la calidad de vida y grado de salud reportado. En el caso de las personas “Predominantemente orientadas al futuro”, no tienen mala salud física y psicológica, pero ésta parece ser de menor calidad que la de las personas del grupo “equilibrado”. La razón de estas diferencias parece ser que, aunque son personas con predisposición a trabajar por cumplir sus metas y exigencias personales, lo que puede resultar muy gratificante y motivador, en ocasiones lo hacen olvidándose de vivir las experiencias agradables presentes y parecen tener también con poca conexión con sus experiencias pasadas positivas. A diferencia de estos, las personas que muestran un perfil “equilibrado” muestran una actitud más estable en los tres momentos temporales (pasado, presente y futuro), correlacionándose esto con un mejor estado de salud. Se trata de personas que aprenden positivamente de las experiencias pasadas, se orientan al cumplimiento de metas en el futuro, pero no descuidan el disfrute de las emociones y experiencias agradables y placenteras que puedan acontecer en el presente. Los resultados también demuestran que este tipo de personas puntúan más alto en capacidades de esfuerzo físico, salud mental general, y más bajo en tendencia a enfermar y percepción de molestias o dolores corporales.
Los resultados parecen llevar a concluir que efectivamente, el modo en que las personas percibimos las vivencias del pasado y los acontecimientos de nuestro momento presente y la actitud que mostremos hacia el futuro influye en el modo en que afrontamos las experiencias de la vida, tanto a nivel emocional como en el tipo de conductas que emprendemos para hacer frente al día a día cotidiano. Inevitablemente, nuestro estado emocional y los comportamientos que emitimos, repercuten de alguna manera en nuestro estado de salud, ya que no debemos olvidar que lo físico y lo psicológico forman un todo cuando hablamos de SALUD en sentido global.
No obstante debemos tener en cuenta que estos son resultados generales y que no tienen por qué replicarse en todas las personas. No todos aquellos que han tenido experiencias vitales negativas en el pasado necesariamente conservan una actitud negativa que se plasme en su actitud hacia el presente y en sus expectativas de futuro. Algunas personas son capaces de superar los acontecimientos negativos del pasado, aprender de ellos y desarrollar habilidades de afrontamiento. Del mismo modo que la “Desesperanza” (ese modo de pensar y describirse de manera negativa la vida y el futuro) se aprende como resultado de la exposición y vivencia de experiencias negativas, también se aprende el “Optimismo”, definido como un modo positivo de describirse los acontecimientos del presente y lo que acontecerá en el futuro.
¿Cómo se explica que el modo de pensar influya en nuestra salud física y mental?
Para entender estos resultados lo primero que hay que explicar es que nuestra salud física y psicológica es resultado del modo en que interactuamos con nuestro entorno, es decir, depende del modo en que nos comportamos y del tipo de conductas que emitimos; en definitiva, depende del “Estilo de Vida” que construimos.
El Estilo de Vida puede definirse como el tipo de hábitos que hemos incorporado en nuestro repertorio de conductas en lo relativo a la alimentación, al deporte, al trabajo, al ocio, a las relaciones sociales y familiares y a los demás comportamientos relacionados con la salud y la calidad de vida… El estilo de vida depende también de la cantidad de tiempo que dediquemos a cada una de estas facetas y de la importancia que le demos. Pero el estilo de vida no sólo es función de nuestros actos observables, sino que también lo es del modo en que pensamos y nos describimos los acontecimientos de la vida (tanto aquellos por los que hemos pasado, como los del momento presente y aquello que anticipamos para el futuro). El modo en que nos describimos la vida, el tipo de palabras y adjetivos (positivos o negativos) que utilizamos en esas descripciones, influye además de una manera directa en nuestro estado anímico y en el tipo de emociones que experimentamos ante los diferentes acontecimientos. Y no solo eso, sino que además, el modo en que nos describimos los hechos influye en el tipo de conductas que decidimos poner o no poner en marcha para afrontar esos acontecimientos, es decir, influye en el modo en que afrontamos las circunstancias vitales presentes y futuras.
La influencia de lo que pensamos (la conducta cognitiva) en las emociones y acciones que emitimos (conducta observable) ha sido puesta de manifiesto por diversas investigaciones psicológicas. Otras investigaciones muestran evidencia de cómo cambiando lo que pensamos (cambiando el modo en que describimos las cosas) podemos cambiar el modo de sentirnos y el modo de actuar.
En base a lo anterior, una persona que se describe sus circunstancias vitales de manera negativa, es probable que no tenga ganas ni haga esfuerzos por emprender conductas que puedan llevarle a la consecución de metas y objetivos, también es probable que no ponga en marcha conductas de cuidado para su salud porque no se plantea los beneficios que este tipo de conductas le pueden reportar de cara al futuro. El mantener un estilo de pensamiento negativo en el día a día repercutirá en el modo en que se valoran los acontecimientos, de manera que pueden no percibirse los aspectos positivos y por el contrario, percibirse en exceso los negativos (fenómeno llamado “Atención Selectiva”), que vienen a confirmar ese estilo de pensamiento y a consolidarlo cada vez más. De esta manera se forma un círculo en el que cada vez esa forma de pensar se va haciendo más “aprendida” y se convierte en “Nuestro modo de pensar” ante la vida. Ese modo de pensar se traduce en un modo de hacer y de sentir, y puesto que hemos visto que lo que hacemos (nuestros hábitos y comportamientos) y nuestras emociones repercuten en nuestra salud física y mental, es comprensible que finalmente puedan aparecer problemas que deterioren nuestra calidad de vida.
Si por el contrario tenemos una visión positiva de la vida, estaremos más felices, percibiremos más la parte positiva de las cosas, disfrutaremos más de ellas y seremos más proclives a emprender conductas que nos repercutan de manera positiva porque seremos capaces de anticipar sus beneficios, no sólo inmediatos, sino también aquellos que nos pueden llegar más a largo plazo.
El “pesimismo” y el “optimismo” no son una característica con la que se nace, sino un modo de describir los acontecimientos que vamos aprendiendo (desarrollando y haciendo nuestro) a lo largo de la vida. Si la vida nos depara experiencias negativas, las personas podemos cometer el error de generalizar la anticipación de resultados negativos a otras experiencias vitales y de este modo sesgar o teñir nuestras expectativas respecto al presente y al futuro sin que haya una base real para ello (más allá que la experiencia negativa vivida, la cual no tiene por qué volver a repetirse). Se trataría por tanto de lo que se denominan en psicología “ideas irracionales”, puesto que lo que describen o anticipan no se basa en evidencias reales. Este tipo de ideas tiene una influencia directa, como ya hemos visto, en las emociones y en las actuaciones. Si por el contrario no hacemos estas anticipaciones negativas y valoramos las situaciones de manera equilibrada, ajustándonos a la realidad y confiando en la posibilidad de obtener resultados positivos, probablemente nos sentiremos mejor y estaremos en mayor disposición de emprender cosas que, pese a ser costosas inicialmente, nos puedan reportar gratificación en el futuro (Ej. esforzarse por hacer deporte para mejorar la salud, dejar de fumar, poner en marcha un proyecto que teníamos en mente, seguir una dieta para bajar de peso…).
Las circunstancias de la vida no están muchas veces bajo nuestro control pero lo que sí que podemos controlar es nuestra conducta (el modo en que pensemos y actuemos). De ello dependerá como nos sintamos, nuestro estado de salud global y nuestra calidad de vida.
Referencia bibliográfica:
Oyanadel, C. y Buela-Casal, G. (2011): “La percepción del tiempo: influencias en la salud física y mental”. Universitas Psychologica 10(1): 149-161, enero – abril.
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