La herencia cultural nos ha impregnado de ciertas creencias y estereotipos sobre cuáles son las cosas que deben caracterizar a los hombres y a las mujeres y cuáles son los papeles y tareas propias de cada uno de ellos. Estos estereotipos asociados al género se conocen como “Roles de Género” y han sido y son divulgados de generación en generación y serán mantenidos y reforzados en la medida en que, tanto hombres como mujeres se sigan adecuando o encorsetando en lo que dichos estereotipos marcan, reproduciendo los patrones de conducta prototípicos que se atribuyen y adjudican a cada género. Puesto que estas ideas y formas de entender el modo en que se deben comportar hombres y mujeres son trasmitidas durante el proceso de socialización de una persona, ya desde muy pequeños, los niños y niñas crecen bajo unos modelos preestablecidos de lo que es adecuado que piensen, digan, sientan y hagan, en función de si pertenecen al sexo masculino o femenino.
La propia presión social favorece precisamente el que niños, niñas, hombres y mujeres se comporten conforme los cánones sociales, porque éstos fijan qué comportamientos serán reforzados y cuáles no; es decir, los roles o estereotipos de género establecen por ejemplo que una mujer sea reforzada y reconocida por el entorno cuando cumple lo que se consideran los papeles o características propias de la mujer, (ej. quedarse en casa cuidando de los hijos y ocupándose del hogar o ser cálida y comprensiva), de igual modo que un hombre será reconocido cuando cumpla lo que se consideran papeles y características atribuidas tradicionalmente a éstos (ej. ser el que mantiene principalmente a la familia, ser protector y más “fuerte” que la mujer)…
Los niños crecen observando en su entorno este tipo de comportamientos y por tanto, es lo que aprenden e incorporan a su repertorio de conductas, reproduciéndolo, a su vez, en su interacción con el ambiente que les rodea. De este modo, los “roles de género” se perpetúan y trasmiten verbalmente y a través del aprendizaje por observación de generación en generación. El modo en el que uno debe comportarse se incorpora de esta manera como una creencia o “regla” de comportamiento que explicita aquellas conductas y actitudes por las que recibirán aprobación de la sociedad y aquellas otras por las que recibirán críticas.
Es cierto que muchos de los valores tradicionales y de los estereotipos de género se están viendo modificados en los últimos años gracias a los cambios sociales que están teniendo lugar. En este sentido, han sido muy destacables hitos como la legalización del voto de la mujer o la incorporación de la mujer al mundo laboral. La ley que permite al padre coger la excedencia para el cuidado del recién nacido en lugar de que lo haga la mujer, es otro avance en esta línea, así como el reconocimiento de las parejas homosexuales (pues también supone un cambio respecto a los valores tradicionales y la concepción tradicional de la familia). Cada vez más, tanto mujeres como hombres empiezan a diversificar su contribución al mundo laboral ocupando cargos y desarrollando actividades que tradicionalmente han estado atribuidas al sexo opuesto. Cada vez más mujeres están ocupando cargos directivos y políticos, también el mundo de la moda y de la estética está repleto de ejemplos de varones que están triunfando con gran reconocimiento, cada vez se va normalizando más el reparto de las tareas en el hogar…
Poco a poco vamos dando pasos hacia la ruptura con estas tradiciones y hacia el cambio de estos estereotipos y creencias, pero aún queda un largo recorrido para que los nuevos patrones de comportamiento asociados al género y que aspiran cada vez más a reducir las diferencias entre hombres y mujeres, se incorporen al modo de pensar y de comportarse de la mayor parte de la sociedad. Este cambio sólo será posible a través de la exposición a nuevos modelos de comportamiento (hombres y mujeres que se salgan de los cánones establecidos y que muestren que otros comportamientos son posibles y cada vez más frecuentes) pues sólo de esta manera se podrá producir un proceso de habituación (adaptación a los cambios) sin que dichos cambios generen respuestas como la sorpresa, el rechazo, el desacuerdo, la crítica… La clave está en ir logrando progresivamente una normalización, si bien, este proceso será más fácil para la gente joven y para los niños y niñas que vayan creciendo entre los nuevos modelos sociales (exponiéndose así a nuevas ideas, creencias, y concepciones sobre los papeles del hombre y la mujer en la familia y la sociedad), y será más costoso para aquellas personas que han crecido inmersos en las concepciones y tradiciones anteriores, para las cuales, muchos de los cambios que empiezan a acontecer en la sociedad actual, resultan difíciles de entender y de apoyar.
El cambio de creencias y reglas fuertemente asentadas es costoso pero posible.
De la misma manera que podemos cambiar un comportamiento manejando las variables que lo controlan (sus antecedentes y sus consecuencias) también podemos modificar conductas de tipo cognitivo (como serían las creencias, reglas, estereotipos…), pues al fin y al cabo, “lo cognitivo” no deja de ser un comportamiento más, algo que hemos aprendido durante el proceso de socialización. Por ello, en la medida en que nos expongamos a un proceso de socialización diferente en el que los modelos de conducta y la información trasmitida verbalmente sean diferentes, los comportamientos, creencias, normas y reglas que incorporemos a nuestro repertorio, también lo serán. Pero todo este proceso pasa por la EXPOSICIÓN a los cambios a los que hombres y mujeres contribuyamos bajo el amparo de organismos, empresas e instituciones sociales, públicas y privadas que puedan contribuir con su granito de arena a trabajar por la igualdad entre hombres y mujeres y a la modificación de los estereotipos del pasado. En este sentido, leyes que favorezcan la igualdad, ciertas políticas sociales y empresariales, ayudas a mujeres trabajadoras… pueden ser de gran ayuda a que se implementen cambios sociales que cada vez vayan contemplándose con más normalidad.
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