Cada vez son más las personas que viven en la ciudad y se estima que hacia 2050 el 70% de las personas sea urbanita. Las ventajas de vivir en la ciudad son muchas pero también existen ciertos inconvenientes que hay que estar dispuestos a asumir y aprender a manejar para mantener el bienestar físico y psicológico. Adaptarse a la vida en la ciudad no es fácil y son numerosos los estudios epidemiológicos que han demostrado que las personas que residen en un gran núcleo poblacional tienen más riesgo de sufrir enfermedades mentales (depresión Esquizofrenia y otras problemas psicológicos y psiquiátricos) que quienes habitan en el medio rural.
La razón de todo ello es el estrés al que te expone la ciudad, el cual se traduce en un aumento de los niveles de cortisol y adrenalina. Estas sustancias facilitan que el organismo se prepare para hacer frente a las amenazas del entorno, pero con el tiempo, su secreción continua provoca el agotamiento progresivo del sistema nervioso autónomo o vegetativo (encargado de mantener la situación de equilibrio del organismo y efectuar las respuestas de adaptación ante los cambios internos o externos). El fracaso de los mecanismos de control suele derivar en problemas de ansiedad y, más adelante, en problemas del estado de ánimo (ej. depresión).
Un estudio realizado por un equipo de científicos alemanes y canadienses liderado por Andreas Meyer-Lindenberg, de la Universidad de Heidelberg (Alemania), y publicado por la revista “Nature”, ha tratado de esclarecer los mecanismos biológicos que explican la mayor incidencia en problemas psicológicos de los individuos urbanos, a través de la las diferencias observadas entre el patrón de activación cerebral de éstos en comparación con el de individuos rurales cuando ambos están expuestos a situaciones de estrés. Para ello se expuso a los participantes a una tarea en la que debían resolver ejercicios matemáticos mientras eran sometidos a altos niveles de presión (se les decía que lo estaban haciendo mal, que no llegaban a la media del grupo, que les quedaba poco tiempo…). Lo que se comprobó es que existía un patrón de activación diferencial en los sujetos urbanitas, caracterizado por una mayor activación de la amígdala y la corteza cingulada anterior perigenual. Estas zonas juegan un papel importante en el procesamiento de las reacciones emocionales.
Se trata de un trabajo preliminar que hay que seguir desarrollando. En él no se explica por qué las personas de la ciudad son más vulnerables a los rigores del estrés, pero es una respuesta fácil de imaginar: Las características de la vida en la ciudad son muy diferentes a las de la vida en el campo y los factores susceptibles de generar estrés están mucho más presentes en las primeras.
Javier García Campayo, psiquiatra del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, explica, en línea con lo anterior, que en los grandes núcleos urbanos existen "multitud de estímulos negativos", "la vivencia del tiempo es muy diferente a la que se tiene en los pueblos”, y las relaciones interpersonales mantenidas son de menor calidad que en el entorno rural. Jesús de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, apunta otro factor susceptible de generar estrés: "la sensación de pérdida de control" que experimentan los urbanitas. Explica que la prisa, el tráfico, la saturación de información, el número de contactos personales... entre otros, son elementos que favorecen el que la persona no se sienta del todo controladora de las circunstancias que le rodean, sino a merced de éstas, “indefenso, solo, sin apoyo de nadie y sin posibilidades de conducir su propia vida”.
A las fuentes de estrés psicológico mencionadas, también se unen otras relacionadas con el entorno físico de la urbe, como la contaminación acústica y ambiental. Es posible tomar algunas medidas para reducir los estresores físicos. Hoy por hoy existen diversas iniciativas urbanísticas que pretenden ampliar las zonas verdes, limitar el tráfico, aplacar los ruidos… También existe el movimiento de las “ciudades slow” (*ver abajo). No obstante, para hacer frente a los estresores psicológicos consustanciales a la vida en la urbe, el principal trabajo de adaptación lo tendrá que hacer el propio individuo a través del desarrollo y la aplicación de estrategias de afrontamiento eficaces. Si las estrategias de la persona fracasan, probablemente se acabará desarrollando problemas de ansiedad y estrés que pueden terminar afectando al estado anímico y a la salud física. En esos momentos la psicología puede convertirse en un buen recurso para ayudar a la persona a superar la situación, dotándole de estrategias que le ayuden a manejar los estresores de su vida de una manera más adecuada que no genere tanto malestar. En muchas ocasiones, los estresores propios de las ciudades y del ritmo de vida en el que se ve uno inmerso, escapa al control del individuo, pero lo que nunca escapa a su control es el manejo que puede uno hacer de ello, la conducta que cada cual elija mantener ante dichas circunstancias. En este sentido tenemos dos opciones a grandes rasgos: Decidir adaptarnos a la situación de forma que la sobrellevemos de la mejor manera posible, o dejar que las circunstancias negativas nos superen y nos afecten.
*Las “Ciudades Slow” (lento en inglés) surgieron en 1999 en Italia. Son una continuación del movimiento que aplica el mismo adjetivo a la comida ('slow food') y, en general, a un estilo de vida basado en reducir las prisas y renunciar a la multitarea. Para adherirse a este movimiento las localidades deben cumplir varios criterios, (no ser capitales de provincia, no sobrepasar los 50.000 habitantes, conservar el casco antiguo cerrado al tráfico, contar con una gastronomía autóctona, fomentar los productos artesanales…). Actualmente seis ciudades españolas están adscritas al movimiento: Begur (Gerona), Bigastro (Alicante), Lekeitio (Vizcaya), Munguía (Vizcaya), Pals (Gerona) y Rubielos de Mora (Teruel). La iniciativa es uno de los mejores ejemplos de medidas urbanas antiestrés en pleno siglo XXI.
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