viernes, 30 de septiembre de 2011

El error de sobreproteger a los hijos

Es frecuente que las personas, cuando se enfrentan al gran reto de ser padres, experimentan gran cantidad de dudas: ¿Seré buen padre?, ¿Qué debo hacer para educar bien a mis hijos?, ¿Cómo puedo trasmitirles los valores que quiero?, ¿Cómo enseñarles el modo de comportarse adecuado?, ¿Cómo eliminar los comportamientos inadecuados y regañarles cuando es preciso sin convertirme en un “ogro”?, ¿Cómo ganarme su confianza y al mismo tiempo hacerme respetar?...
 Ciertamente todas estas cosas son importantes a la hora de educar a los hijos y establecer una buena relación de confianza, apoyo y respeto mutuo. Es normal que todas estas dudas puedan sobrevenir a un padre en algún momento. Cuando se tiene un hijo, la mayoría de los padres tratan de buscar lo que cada uno considera mejor para él, y actuar del modo que creen más adecuado. Pero en esta toma de decisiones, a veces, los padres, sin ninguna intención de hacer mal a sus hijos, no eligen lo que es más recomendable para ellos, ni actúan del modo más beneficioso para su desarrollo. Esto ocurre por ejemplo, cuando se es demasiado sobreprotector con un hijo.

La sobreprotección se traduce en una serie de comportamientos de los padres hacia el hijo que limitan la libertad de éste a la hora de tener experiencias con su entorno y que buscan evitar la experimentación por parte del hijo de consecuencias negativas tanto emocionales como físicas (Ej. No dejarle hacer ciertas cosas para prevenir que le pase algo, no dejarle jugar a ciertos juegos por temor a que se haga daño, controlar en exceso donde está, acompañarle en cada momento, resolver todas las dificultades que tenga y consentir todo aquello que quiera para evitar que experimente emociones negativas…). Además, todos estos comportamientos tienen una contrapartida en los padres, y es que, a través de ellos, los propios padres logran apaciguar sus inseguridades y temores y evitan, ellos también, experimentar emociones negativas. Si su hijo no se expone a lo que los padres consideran “fuentes de peligro”, ellos evitarán experimentar la intranquilidad que esa situación les generaría. Del mismo modo, si consienten todo lo que el niño quiere y resuelven todas las dificultades que el niño experimenta, evitan lo desagradable que es tener que decir que no y privar al hijo de algo que desea, así como evitan también asistir a una rabieta y ver al niño mostrar emociones negativas como el llanto y la tristeza… De esta manera las conductas sobreprotectoras se mantienen por dos factores: 1) Evitan consecuencias negativas para el niño y 2) Evitan situaciones negativas para los padres.

Pero, no olvidemos que esto tiene otra consecuencia está vez perjudicial para el desarrollo del niño: Se está privando al niño/a de experiencias de aprendizaje, ya que además de estarle privando e experiencias negativas, también se le puede estar privando de experiencias positivas, y ni que decir tiene que de lo negativo también se aprende y son este tipo de experiencias las que permiten a las personas ir desarrollando habilidades de afrontamiento para su día a día. Entre estas habilidades se encuentran la “tolerancia a la frustración”, las capacidades para resolver los propios problemas, las habilidades para gestionar adecuadamente las emociones positivas y negativas, la capacidad de aplazar la obtención de las cosas que deseamos (pues no todo se puede tener en el momento en que uno quiere)…
Es a través de la experiencia como las personas empezamos a desarrollar nuestro conocimiento sobre el mundo (las contingencias que los rigen) y el repertorio de conductas y de habilidades de afrontamiento que nos permitirá ser cada vez más autónomos e ir superando progresivamente las situaciones y dificultades que nos deparará la vida. A través del contacto con su entorno, el niño va aprendiendo desde pequeño que conductas son apropiadas en un momento dado y cuáles no. En ocasiones el niño hará algo inadecuado y recibirá consecuencias negativas por ello (bien una reprimenda o bien una consecuencia física negativa como por ejemplo, recibir un azote en la mano cuando trata de meterse a la boca algo que no debe). En otras ocasiones, las consecuencias de su conducta serán positivas (por ejemplo, si desea agua y lo pide, el niño verá calmada su sed; si presiona el juguete que le han regalado oirá un sonido que le gustará; si se come toda la comida, se le llevará al parque).
Como regla general, aquellas conducta que reporta consecuencias positivas tenderán a repetirse, y aquellas que conllevan consecuencias negativas se eliminarán. Esta es la manera como aprendemos las personas, la única diferencia es que el tipo de conductas que estamos preparados para adquirir es cada vez más complejo a lo largo de nuestro desarrollo vital. Pero es necesario tener experiencias con el mundo para que estos aprendizajes cada vez más complejos puedan producirse.
De igual modo que aprendemos contingencias básicas como que cuando nos llevamos algo del suelo a la boca, mamá o papá nos regañará o que cuando no nos comemos todo el plato, no tendremos postre… también empezamos a aprender qué cosas nos gustan y nos causan emociones positivas y cuáles no. Por ejemplo, cuando nos subimos al tobogán y nos lanzamos por él, podemos experimentar una emoción agradable pese a que el tobogán está alto y si no tenemos cuidado nos podemos caer; al jugar con la arena nos lo podemos pasar muy bien, pese a que nos pondremos manchados y podemos estar expuestos a muchos gérmenes… Al privar a los niños de experiencias de aprendizaje estamos limitando su contacto con situaciones desagradables, pero también con las agradables y estaremos limitando por tanto, la posibilidad de beneficiarse de todas esas ricas experiencias, que les permitirán además de ser más capaces y autosuficientes el día de mañana, conocerse cada vez más, saber lo que les gusta y lo que no… Si no experimentan lo negativo, difícilmente aprenderán de ello y tendrán la capacidad de sobreponerse a esa emoción; si no experimentan lo positivo, no disfrutarán de esa experiencia, no aprenderán a valorar esas cosas y momentos, ni pondrán en marcha conductas para volver a experimentarlo.
Es necesario que el niño o niña, desde que viene al mundo esté expuesto a las experiencias apropiadas para su edad para que vaya adquiriendo de manera espontanea aquellos comportamientos y capacidades que resultan adecuados para su nivel de desarrollo. Eso sí, siempre con un grado de control apropiado por parte de los padres y otras figuras de referencia, que ni le prive de esas experiencias necesarias para crecer, conocer cómo se organiza el mundo y ganar en autonomía, ni le exponga sin protección a aquellas situaciones que le podrían dañar y para las que aún no está preparado para afrontar.


*En relación a este tema les animo a consultar un “cuento para padres” que les ayudará a reflexionar sobre los efectos negativos que puede tener la sobreprotección de los padres hacia los hijos. El cuento se titula Nubecilla, y ha sido escrito por Víctor Gómez.


jueves, 29 de septiembre de 2011

Día Mundial del Corazón

 Hoy 29 de septiembre, se celebra el Día Mundial del Corazón. Un año más, la Federación Mundial del Corazón realiza sus esfuerzos para aumentar la conciencia de la población sobre la importancia de los problemas cardiovasculares, causantes de un gran porcentaje de muertes prematuras y la primera causa de muerte en el mundo (17 millones de personas al año), según informes recientes de la OMS (Global status report on noncommunicable diseases, 2011). La Federación defiende que la gran mayoría de esas muertes podrían ser prevenidas si se controlan los principales factores de riesgo para su desarrollo, entre los que enumeran: 1) el consumo de tabaco y alcohol, 2) unos hábitos alimentarios no saludables y  3) una vida sedentaria. Por ello, este año hace un especial énfasis en el concepto de Prevención, tratando de promover aquellas acciones que contribuyan a reducir o eliminar la presencia y el impacto de los mencionados factores de riesgo en la vida de las personas.
Invertir en prevención reduciría el enorme impacto social y económico para los países que tiene esta problemática. Por este motivo los principales líderes mundiales  están de acuerdo en que la puesta en marcha de medidas de prevención y control de los trastornos cardiovasculares es una necesidad urgente. Además, el hecho de invertir en campañas de prevención también tendría un efecto positivo sobre otras enfermedades no contagiosas como el cáncer, los trastornos respiratorios crónicos, la diabetes…, quienes comparten los mismos factores de riesgo. Por estas razones en la Cumbre Mundial sobre Enfermedades No Contagiosas, que tuvo lugar del 19 al 21 de septiembre de 2011, se trató de llamar la atención de la Comunidad Mundial sobre estas patologías con el fin de frenar su avance, logrando finalmente un acuerdo Global  que buscará situar las estrategias de Prevención en un lugar prioritario en las políticas de salud.
Si bien este es un paso importante, que sin duda será de gran ayuda, la Federación Mundial del Corazón advierte que los compromisos mundiales no son suficientes para atajar el problema, sino que son necesarios también los cambios individuales a nivel ciudadano. Es decir, lo que hay que conseguir es un cambio en los estilos de vida y los hábitos de conducta de las personas en relación al consumo de tabaco y otras drogas, a la alimentación, a la realización de ejercicio, al sueño, al trabajo…
 Los ciudadanos tienen una capacidad importante para reducir la incidencia de este tipo de trastornos modificando ciertas conductas de riesgo (cuidando una dieta equilibrada, realizando ejercicio físico diario y abandonando el consumo de tabaco… por ejemplo). Si se realizaran estos cambios a nivel ciudadano, se estima una reducción del 80% de las muertes prematuras por infarto y trastornos cerebrovasculares, como resultado. ¡¡Parece que merece la pena intentarlo!!.
La Federación Mundial del Corazón es muy consciente de esto y ha iniciado este año una campaña con el lema "un mundo, un hogar y un corazón", centrada en promover hábitos de vida saludables en la población general, un granito más de arena que se suma a los esfuerzos que ya vienen realizando otras organizaciones como la OMS o las Naciones Unidades.
Todas estas campañas ponen de manifiesto el importante papel de la psicología de la salud en el diseño de las políticas sanitarias y destacan el papel de los psicólogos en la promoción de hábitos saludables y la modificación de aquellos problemáticos con el fin de desarrollar factores de protección y reducir o eliminar factores de riesgo. Como expertos en el análisis y el cambio de conducta, los psicólogos han contribuido en el abordaje de estos problemas a través de la elaboración de manuales y protocolos de intervención (ej. para abandonar el consumo de tabaco),  el diseño de programas de educación para la salud entre los escolares (ej. para promocionar la práctica del ejercicio físico y una alimentación adecuada) o los programas de intervención para la hipertensión esencial, ente otras acciones.
Además de las contribuciones de la psicología a las estrategias de acción comunitarias, también a nivel de consulta privada, los psicólogos pueden ayudar y ayudan cada día a muchas personas a modificar comportamientos inadecuados y perjudiciales para la salud y a aprender en su lugar, conductas más adecuadas, que con la práctica, puedan convertirse en nuevos hábitos de vida que sustituyan los anteriores. En estos cambios juegan un papel importante los principios de aprendizaje que el psicólogo sabe poner en marcha para favorecer la aparición de las nuevas conductas, garantizar su repetición y procurar su mantenimiento en el tiempo. El cambio de hábitos no es fácil, pero es posible. Si además se utilizan ciertas estrategias y apoyos, que el psicólogo sabe poner en juego, el cambio será mucho más fácil de emprender y mantener. Una vez los nuevos hábitos sean adquiridos y se empiecen a experimentar los beneficios que conlleva el nuevo estilo de vida, con el tiempo serán más fáciles de mantener. La clave está en saber sustituir los refuerzos y gratificaciones que las anteriores conductas inadecuadas reportaban (el tabaco, la vida sedentaria, la comida poco sana...) por otras gratificaciones y beneficios que conlleva el nuevo estilo de vida.

Más información en:



domingo, 25 de septiembre de 2011

El modo en que pensamos afecta a la salud

“Pensar en el pasado de manera negativa deteriora la salud”. Esta es a grandes rasgos una de las conclusiones de un estudio recientemente realizado por los psicólogos Cristián Oyanadel y Gualberto Buela-Casal, profesores de psicología e investigadores en la Universidad de Granada (UGR) y publicado en la revista Universitas Psychologica.
El estudio, llamado “La percepción del tiempo: influencias en la salud física y mental”  tenía como objetivo clarificar de qué manera influye la actitud de las personas hacia los acontecimientos vitales pasados, las vivencias presentes y las expectativas futuras, en la percepción de la salud física y la calidad de vida. Para ello los autores han evaluado a un total de 50 personas (25 varones y 25 mujeres entre 20 y 70 años) elegidas al azar, a las que aplicaron un test para la evaluación de su actitud ante el pasado, el presente y el futuro y un cuestionario para evaluar el grado de calidad de vida y salud percibía. De esta manera, los investigadores podían correlacionar las distintas actitudes ante la vida con el grado de salud y calidad de vida percibido. Los resultados permitieron clasificar a los participantes en tres perfiles “temporales”: 1) Predominantemente Negativos, 2) Predominantemente orientados hacia el futuro y 3) Equilibrados.  
Los “Predominantemente Negativos” son personas que recuerdan de manera negativa los acontecimientos vividos en el pasado y así mismo son, por lo general, personas que tienden a tener una visión igualmente negativa del presente y pesimista hacia el futuro. Lo que se ha comprobado es que éste tipo de personas presentan los peores indicadores en calidad de salud, reportan tener mayores problemas en sus relaciones sociales, experimentan más dificultades para esforzarse físicamente en actividades cotidianas y más limitaciones físicas para el rendimiento en el trabajo. Además perciben mayor dolor corporal, tienen mayor predisposición a enfermar y presentan mayor tendencia a estados depresivos, ansiosos y alteraciones conductuales en general, como han explicado los investigadores.
Por el contrario, los otros dos perfiles muestran una relación diferencial con la calidad de vida y grado de salud reportado. En el caso de las personas “Predominantemente orientadas al futuro”, no tienen mala salud física y psicológica, pero ésta parece ser de menor calidad que la de las personas del grupo “equilibrado”. La razón de estas diferencias parece ser que, aunque son personas con predisposición a trabajar por cumplir sus metas y exigencias personales, lo que puede resultar muy gratificante y motivador, en ocasiones lo hacen olvidándose de vivir las experiencias agradables presentes y parecen tener también con poca conexión con sus experiencias pasadas positivas. A diferencia de estos, las personas que muestran un perfil “equilibrado” muestran una actitud más estable en los tres momentos temporales (pasado, presente y futuro), correlacionándose esto con un mejor estado de salud. Se trata de personas que aprenden positivamente de las experiencias pasadas, se orientan al cumplimiento de metas en el futuro, pero no descuidan el disfrute de las emociones y experiencias agradables y placenteras que puedan acontecer en el presente. Los resultados también demuestran que este tipo de personas puntúan más alto en capacidades de esfuerzo físico, salud mental general, y más bajo en tendencia a enfermar y percepción de molestias o dolores corporales.
Los resultados parecen llevar a concluir que efectivamente, el modo en que las personas percibimos las vivencias del pasado y los acontecimientos de nuestro momento presente y la actitud que mostremos hacia el futuro influye en el modo en que afrontamos las experiencias de la vida, tanto a nivel emocional como en el tipo de conductas que emprendemos para hacer frente al día a día cotidiano. Inevitablemente, nuestro estado emocional y los comportamientos que emitimos, repercuten de alguna manera en nuestro estado de salud, ya que no debemos olvidar que lo físico y lo psicológico forman un todo cuando hablamos de SALUD en sentido global.
No obstante debemos tener en cuenta que estos son resultados generales y que no tienen por qué replicarse en todas las personas. No todos aquellos que han tenido experiencias vitales negativas en el pasado necesariamente conservan una actitud negativa que se plasme en su actitud hacia el presente y en sus expectativas de futuro. Algunas personas son capaces de superar los acontecimientos negativos del pasado, aprender de ellos y desarrollar habilidades de afrontamiento. Del mismo modo que la “Desesperanza” (ese modo de pensar y describirse de manera negativa la vida y el futuro) se aprende como resultado de la exposición y vivencia de experiencias negativas, también se aprende el “Optimismo”, definido como un modo positivo de describirse los acontecimientos del presente y lo que acontecerá en el futuro.
¿Cómo se explica que el modo de pensar influya en nuestra salud física y mental?
Para entender estos resultados lo primero que hay que explicar es que nuestra salud física y psicológica es resultado del modo en que interactuamos con nuestro entorno, es decir, depende del modo en que nos comportamos y del tipo de conductas que emitimos; en definitiva, depende del “Estilo de Vida” que construimos.
El Estilo de Vida puede definirse como el tipo de hábitos que hemos incorporado en nuestro repertorio de conductas en lo relativo a la alimentación, al deporte, al trabajo, al ocio, a las relaciones sociales y familiares y a los demás comportamientos relacionados con la salud y la calidad de vida… El estilo de vida depende también de la cantidad de tiempo que dediquemos a cada una de estas facetas y de la importancia que le demos. Pero el estilo de vida no sólo es función de nuestros actos observables, sino que también lo es del modo en que pensamos y nos describimos los acontecimientos de la vida (tanto aquellos por los que hemos pasado, como los del momento presente y aquello que anticipamos para el futuro). El modo en que nos describimos la vida, el tipo de palabras y adjetivos (positivos o negativos) que utilizamos en esas descripciones, influye además de una manera directa en nuestro estado anímico y en el tipo de emociones que experimentamos ante los diferentes acontecimientos. Y no solo eso, sino que además, el modo en que nos describimos los hechos influye en el tipo de conductas que decidimos poner o no poner en marcha para afrontar esos acontecimientos, es decir, influye en el modo en que afrontamos las circunstancias vitales presentes y futuras.
La influencia de lo que pensamos (la conducta cognitiva) en las emociones y acciones que emitimos (conducta observable) ha sido puesta de manifiesto por diversas investigaciones psicológicas. Otras investigaciones muestran evidencia de cómo cambiando lo que pensamos (cambiando el modo en que describimos las cosas) podemos cambiar el modo de sentirnos y el modo de actuar.
En base a lo anterior, una persona que se describe sus circunstancias vitales de manera negativa, es probable que no tenga ganas ni haga esfuerzos por emprender conductas que puedan llevarle a la consecución de metas y objetivos, también es probable que no ponga en marcha conductas de cuidado para su salud porque no se plantea los beneficios que este tipo de conductas le pueden reportar de cara al futuro. El mantener un estilo de pensamiento negativo en el día a día repercutirá en el modo en que se valoran los acontecimientos, de manera que pueden no percibirse los aspectos positivos y por el contrario, percibirse en exceso los negativos (fenómeno llamado “Atención Selectiva”), que vienen a confirmar ese estilo de pensamiento y a consolidarlo cada vez más. De esta manera se forma un círculo en el que cada vez esa forma de pensar se va haciendo más “aprendida” y se convierte en “Nuestro modo de pensar” ante la vida. Ese modo de pensar se traduce en un modo de hacer y de sentir, y puesto que hemos visto que lo que hacemos (nuestros hábitos y comportamientos) y nuestras emociones repercuten en nuestra salud física y mental, es comprensible que finalmente puedan aparecer problemas que deterioren nuestra calidad de vida.
Si por el contrario tenemos una visión positiva de la vida, estaremos más felices, percibiremos más la parte positiva de las cosas, disfrutaremos más de ellas y seremos más proclives a emprender conductas que nos repercutan de manera positiva porque seremos capaces de anticipar sus beneficios, no sólo inmediatos, sino también aquellos que nos pueden llegar más a largo plazo.
El “pesimismo” y el “optimismo” no son una característica con la que se nace, sino un modo de describir los acontecimientos que vamos aprendiendo (desarrollando y haciendo nuestro) a lo largo de la vida. Si la vida nos depara experiencias negativas, las personas podemos cometer el error de generalizar la anticipación de resultados negativos a otras experiencias vitales y de este modo sesgar o teñir nuestras expectativas respecto al presente y al futuro sin que haya una base real para ello (más allá que la experiencia negativa vivida, la cual no tiene por qué volver a repetirse). Se trataría por tanto de lo que se denominan en psicología “ideas irracionales”, puesto que lo que describen o anticipan no se basa en evidencias reales. Este tipo de ideas tiene una influencia directa, como ya hemos visto, en las emociones y en las actuaciones. Si por el contrario no hacemos estas anticipaciones negativas y valoramos las situaciones de manera equilibrada, ajustándonos a la realidad y confiando en la posibilidad de obtener resultados positivos, probablemente nos sentiremos mejor y estaremos en mayor disposición de emprender cosas que, pese a ser costosas inicialmente, nos puedan reportar gratificación en el futuro (Ej. esforzarse por hacer deporte para mejorar la salud, dejar de fumar, poner en marcha un proyecto que teníamos en mente, seguir una dieta para bajar de peso…).
Las circunstancias de la vida no están muchas veces bajo nuestro control pero lo que sí que podemos controlar es nuestra conducta (el modo en que pensemos y actuemos). De ello dependerá como nos sintamos, nuestro estado de salud global y nuestra calidad de vida.

Referencia bibliográfica:
Oyanadel, C. y Buela-Casal, G. (2011): “La percepción del tiempo: influencias en la salud física y mental”. Universitas Psychologica 10(1): 149-161, enero – abril.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Padres e Hijos en Conflicto

Los días 22 y 23 de septiembre ha tenido lugar en Madrid el “Congreso Internacional de padres e hijos en conflicto”, organizado por la Asociación para la Gestión de la Integración Social (GINSO) y la Sociedad Española URRAINFANCIA, que en colaboración, han puesto en marcha el programa “Recurra”, que pretende dar respuesta a la carencia existente actualmente en el ámbito asistencial español en lo relativo al tratamiento y ayuda a las familias que viven el problema del maltrato filio-parental (de los hijos hacia los padres) dentro de su hogar.
El congreso ha contado con la asistencia de grandes profesionales del campo que han hecho sus aportaciones tanto desde el terreno de la psicología, pedagogía y educación, como desde el terreno de los medios de comunicación y las propias asociaciones de padres, pasando por abogados y representantes de los servicios asistenciales públicos. La gran mayoría, sino todos los colectivos de alguna manera implicados en el análisis y la intervención de esta problemática, han tratado de clarificar con el aporte de su experiencia el estado de la cuestión desde su propia perspectiva.
El maltrato filio-parental es una problemática que ya emergió como tal hace años, pero que ha ido en aumento en los últimos tiempos, y en la que apenas lleva investigándose unos cuantos años. Siempre han exisitido conflictos dentro de las familias, pues es algo connatural a la crianza de los hijos y al desarrollo de las relaciones padres-hijos, entre los que se establecen diferencias generacionales, de estatus, de intereses, de deberes y responsabilidades… que favorecen el que en ocasiones se creen discrepancias. No obstante, es en los últimos tiempos cuando los conflictos están adquiriendo una dimensión diferente y más grave, convirtiéndose en un nuevo problema social que requiere ser atendido, estudiado e intervenido. Desde hace algunos años se ha empezado a oir algo más sobre el tema en los medios de comunicación, que ya nos tenían, sin embargo, acostumbrados a escuchar acerca del maltrato conyugal o del que ejercían los padres hacia los hijos. Parece que desde hace algunos años las tornas están cambiando, producto, entre otros factores, de los cambios sociales y en los modelos familiares.
Se trata de una problemática lo suficientemente compleja para no ser simplista, pues tanto padres como hijos son víctimas en alguna medida y tienen su parte de responsabilidad en el problema. No todo es blanco ni negro, no se puede meramente hacer una etiquetación en “agresor” y “víctima” sin que dicha clasificación trivialice parte de los factores explicativos del problema. En relación a estos factores, hay que resaltar que son muchos los que contribuyen a explicar que se llegue a una situación de maltrato filio-parental y ni son los hijos los totales culpables, ni lo son los padres y por supuesto, ambos tienen algo de víctimas.
Para comprender realmente cada problema en cada familia particular hay que hacer un análisis profundo del caso y de las diferentes variables que han podido contribuir a la génesis y el mantenimiento de la situación. Ni todas las familias son iguales, ni lo es el modo en que se da el problema en ellas. No obstante, lo que si hay de común es que estos problemas emergen por la interacción de una serie de variables o factores del contexto social, familiar, escolar y personal de cada hijo y familia, que confluyen y se combinan en cada caso de una manera particular. El modo en que las personas o partes implicadas interactúen, afronten o lidien con dichos factores o variables que caracterizan su situación vital particular, determinará la aparición de un problema o no.

¿De qué estamos hablando cuando nos referimos a maltrato filio-parental?
 Las primeras definiciones del problema surgieron ya hace 10 años y se caracterizan por su brevedad y su falta de concreción, así Harbin y Madden ya en 1979 definieron la violencia filio-parental como ataques físicos o amenazas verbales o no verbales. Posteriormente otros autores añadieron a ello los comportamientos violentos como arañar, lanzar objetos, gritar, golpear, empujar… y otros incorporon a la definición la idea de “repetición” a lo largo del tiempo de dichos comportamientos agresivos. En los últimos años las definiciones han venido siendo cada vez más operativas, asemejándose a las que ya operan en el área del maltrato conyugal. Cottrell, una de las asistentes al congreso y especialista en este campo, realiza en 2001 la siguiente definición de maltrato filio-parental: “Cualquier acto de los hijos que provoque miedo a los padres y que tenga como objetivo hacer daño a estos”. Nos encontraríamos dentro de esta definición general diversas modalidades de maltrato: físico (pegar, empujar, dañar…); psicológico (intimidar, atemorizar…); emocional (mentir, chantajear, amenazar…) y financiero (robar a los padres, dañar la casa o sus pertenencias, incurrir en deudas….)… Paterson, Luntz, Cotton y Perlesz en 2002, apuntan que para que un comportamiento de un hijo pueda ser considerado violento, otros miembros de la familia deben sentirse amenazados, intimidados o controlados ante él.
¿Cuáles es el estado de la cuestión?
Parece que la definición de maltrato filio-parental está relativamente clara pero… ¿cuál es el estado actual de esta problemática?
Las cifras dicen que se trata de un problema en aumento. Cada vez es más frecuente dentro de las familias que los hijos lleven a cabo algún tipo de comportamiento violento o de agresión hacia sus padres. En 2009 los datos decían que se estaba produciendo un aumento tanto de la criminalidad en menores como de la violencia doméstica de hijos a sus progenitores (siendo la cifra de unos 2.966 hijos agresores). Esto permitía concluir que el incremento de los comportamientos violentos en menores y los incidentes relacionados con ellos están aumentando tanto en el contexto externo (fuera de casa) como en el interno (dentro del propio hogar), lo que hace pensar que los factores que explican estos comportamientos no siempre se encuentran solamente ni en el hogar (ej. estilos parentales y relación con los padres), ni meramente en la sociedad (ej. pérdida de respeto generalizado a las figuras de autoridad). Probablemente, como apuntan las investigaciones, el producto final sea resultado de la confluencia de toda una serie de factores, algunos de tipo social y otros más enmarcados en el contexto familiar, además de otras muchas variables. Algunos de estos factores son de tipo general, afectando de manera común a toda la sociedad de menores (ej. cambios en los modelos familiares, cambios sociales, cambios en los valores, cambios en las figuras de autoridad…) o otros serán específicos de cada caso y de cada familia (ej. estatus económico bajo, mal cumplimiento del rol de padres, estilos parentales muy permisivos, poca comunicación familiar, entorno social desfavorecido o conflictivo…).
Los datos también apuntan a que los padres acuden a medidas fiscales como denunciar a sus hijos solamente en casos extremos y a veces se retractan de ello. No obstante, el número de denuncias de padres hacia sus hijos también ha sufrido un incremento en los últimos años, siendo en 2007 de 2.683 y 2010 de 4.995. Estos datos resultan alarmantes y ponen de manifiesto que se hace necesaria una intervención en el problema. Es preciso dotar a los padres o familiares que puedan estar sufriendo este tipo de problemas de recursos de orientación, apoyo e intervención para que no sea necesario llegar al punto de poner una denuncia o de tomar medidas como la salida del menor del hogar y el internamiento en un centro.
Ciertamente existen medidas de intervención intermedias que buscan minimizar los costes que para le relación familiar supondría el llegar a medidas judiciales. Estas medidas pretenden prevenir problemas mayores o atajar el problema cuando éste está emergiendo. El problema es que en muchas ocasiones, de igual modo que ocurre con la violencia conyugal, a la/s personas que lo sufren (en este caso los padres), les cuesta reconocer la situación por la que están pasando, reaccionando sólo cuando la reconducción de la situación es ya difícil (aunque no imposible). En la mayoría de las ocasiones el problema se desarrolla de manera lenta, realizando una escalada hasta conductas cada vez más violentas, que pueden empezar por no cumplir ciertas normas que los padres imponen (por ejemplo el horario de vuelta a casa) hasta llegar a insultar, desacreditar o pegar a los padres. Frecuentemente esta escalada agresiva se produce porque los límites no han sido bien establecidos o no se ha logrado hacerlos cumplir. De este modo el hijo va aprendiendo ya desde pequeño que los límites no tienen ningún valor y que no hay consecuencias negativas derivadas de su incumplimiento. Cada vez van aprendiendo a desautorizar más a los padres, que cada vez se sienten más inhábiles y menos capaces de reconducir la situación y de hacerse respetar.
No podemos olvidar también que cuando los padres ceden ante la conducta desafiante o violenta de su hijo al generarse un conflicto, ambas partes obtiene una consecuencia positiva. En el caso de los padres logran poner fin a la tensión que el conflicto había generado o incluso evitan conductas negativas del hijo (insultos, agresión, ruptura de objetos…) y los hijos, por su parte, logran salirse con la suya y cierta sensación de control. Por esta razón los conflictos se perpetúan: El hijo volverá a recurrir a las conductas agresivas para salirse con la suya, y los padres, ante la falta de cumplimiento del hijo (al que lo que dicen le resbala), terminan cediendo para poner fin a la discusión y terminar con una situación desagradable para todos, o en la que los padres, incluso llegan a sentir temor.
Para que exista una conducta de maltrato, del tipo que sea, debe haber un agresor y un agredido, pero esto no quiere decir que el primero sea el culpable y el segundo sea la víctima, o al menos sin que haya matices en estas afirmaciones. En primer lugar, cuando aparece un problema entre padres e hijos, éste se deriva de una interacción inadecuada entre ambas partes y cuando hay una interacción, ambas partes tienen algo que ver en el modo en que se desarrolla dicha interacción.
Los problemas familiares además no surgen de la noche a la mañana, sino que se van fraguando durante un proceso de interacción lenta entre cada una de las partes. En el modo en que se va produciendo esta interacción juegan un papel importante diversos factores como el estilo educativo de los padres, las habilidades que tienen estos para ejercer su rol, el tiempo y la calidad del mismo que los padres dedican a sus hijos, el tipo de valores que los padres enseñan, la habilidad para poner límites y hacerlos cumplir, el grado de interés que los padres muestran por todo lo que acontece a sus hijos, las amistades que los niños construyen, el tipo de experiencias por las que los niños pasan (posibles contactos con drogas, experiencias inapropiadas para su edad…), el rendimiento académico, otras problemáticas que el niño pueda tener (enfermedades y otros problemas añadidos), las modas y los valores que impone la cultura (cultura del consumo en la que hay que estar constantemente a la moda para ser aceptado por el grupo de iguales), los cambios que se están produciendo en el concepto de familia (cada vez mayor pérdida de los vínculos) y en el concepto de autoridad (se está dando una tendencia a la deslegitimación general de las figuras de autoridad como padres, profesores, adultos), la rapidez de los cambios tecnológicos (las nuevas tecnologías están alterando el modo en que los menores entablen relaciones y el tipo de información a la que pueden acceder, alejando estos terrenos cada vez más del control de los padres)… Como vemos, los factores son muchos y podríamos continuar enumerando.
La tarea del clínico o de la persona que intervenga en este campo será analizar qué factores concretos están influyendo en cada caso y qué peso tienen para después diseñar el modo de intervenir en ellos, ya sea dando pautas a los padres para modificar el modo en que interactúan con sus hijos (ej. cómo conversan, cómo ponen límites, cómo tratan de ejercer control sobre ellos), modificando también las conductas y actitudes de los hijos hacia los padres y la familia, corrigiendo distorsiones en la manera de concebir las relaciones familiares y los deberes y derechos de cada una de las partes (ej. Habrá que hacer entender al menor que igual que tiene unos derechos también tiene unas obligaciones y unas normas que cumplir), tratar de modificar algunas condiciones del contexto que puedan favorecer o agravar el conflicto familiar (fracaso académico, consumo de drogas, malas compañías, falta de habilidades sociales…)…

Arrojando luz sobre el problema…
Los expertos coinciden al afirmar que se trata de un problema del que hay mucho por conocer y por divulgar. La sociedad apenas está empezando a tener conocimiento de la existencia de este tipo de problemas, pese a que son muchos ya los casos y denuncias realizadas. Los servicios y recursos públicos y privados han empezado a aparecer hace unos años, pero aún queda mejorarlos, complementarlos, darles recursos para intervenir en esta problemática, y lo que es más importante, darlos a conocer para que la sociedad pueda hacer uso de los mismos. El código penal también está introduciendo cambios al respecto y los servicios sociales están confeccionando guías y manuales de actuación. (Ej. Guía: La Familia en momentos difíciles)
Respecto a los factores predisponentes, pese a la especificidad individual, los expertos coinciden en señalar una serie de factores que suelen ser comunes a los problemas de violencia o conflicto filio-parental:
·         Cambios en los modelos de familia: Progresivamente se ha ido perdiendo el concepto de unidad pasando a concebirse la familia como un mero instrumento para satisfacer las necesidades de cada uno. Es decir, la familia no tendría sentido por sí misma, sino que se impondría cada individuo por encima de la unidad familiar. El desapego de los miembros es cada vez mayor, a diferencia de la concepción que existía hace algunas décadas.
·         Deterioro en las relaciones familiares: Poco tiempo compartido, poco diálogo y debate…
·         Estilo Educativo de los padres: Educación permisiva, escaso control y monitorización, concesión de excesiva autonomía infantil, poca implicación y dedicación de los padres a la educación de los hijos y a compartir tiempo con ellos… Padres excesivamente sobreprotectores.
·         Menores con experiencias previas de agresión: Han sido ellos mismos agredidos o han visto como uno de los miembros de la familia agredía a otro. No olvidemos que los menores aprenden muchos de sus comportamientos por imitación de otros.
·         Padres con relaciones conyugales muy conflictivas
·         Menores con poca tolerancia a la frustración y con necesidad de inmediatez a la hora de lograr las cosas: Lo quieren todo y lo quieren ya.
·         Menores con problemas escolares.
·         Menores con problemas de consumo de tóxicos.

Otras conclusión a la que llegan algunos expertos es que se ha visto que el nivel educativo y adquisitivo de la familia no son los que mejor explican la existencia o no de conflictos filio-parentales, aunque sí influyen en las consecuencias que de estos conflictos se derivan y en las soluciones que se les pueden buscar. De esta manera, cuanto mayor sea el conocimiento y la capacidad económica dentro de una familia, mayor será la conciencia de problema que se tenga, la capacidad de movilizarse para buscar ayuda y la capacidad económica para acceder a recursos de intervención. (Ej. en casos de consumo de drogas o de problemas de conducta de los hijos). Por otro lado, parece que la falta de control parental, las frecuentes discusiones con los hijos y el estilo educativo permisivo son las variables más relevantes del contexto familiar a la hora de explicar el comportamiento inadecuado del niño a nivel social (no cumplimiento de normas, agresiones, actos delictivos…). Por el contrario, familias con alto grado de cohesión, que refuerzan los comportamientos correctos, imponen normas, comparten tiempo con los hijos y dedican tiempo a su educación, correlacionan con bajos niveles de conflictividad en los hijos.
La forma en la que los padres interactúan con sus hijos y la falta de habilidades por parte de estos para enseñarles valores, normas y habilidades básicas para desenvolverse y convivir en su entorno se ha destacado como uno de los principales puntos a intervenir, no sólo cuando ya existe el problema, sino como método de prevención de conflictos posteriores. Una de las cosas en la que más coinciden los expertos es que los padres no sólo son parte del problema, sino también una parte clave para su solución.

Para más información sobre lo tratado en este congreso pueden consultar el siguiente enlace:

http://marinagbiber.wordpress.com/2011/09/23/hijos-que-abusan-de-sus-padres/

viernes, 16 de septiembre de 2011

El Psicólogo como Profesional de la Salud

¿Qué caracteriza al Psicólogo como profesionales de la Salud?, ¿Cuál es su función?, ¿Qué lo diferencia de otros profesionales del campo de la salud?

Muchos son los profesionales que trabajan en el área de la salud,  pero no todos lo hacen siguiendo el mismo modelo explicativo y de intervención. Por ejemplo, los médicos (y entre ellos los Psiquiatras) utilizarían un modelo médico, que a grandes rasgos, explicaría las alteraciones de la salud como enfermedades con causa orgánica que encontrarían su remisión cuando se administra la medicación adecuada para erradicar la alteración orgánica/enfermedad. Por el contrario, los psicólogos se basarían en un modelo psicológico que explica los problemas psicológicos como alteraciones en el comportamiento que se desarrollan en la interacción de la persona con su entorno y que se mantienen en base a variables contextuales. Esto significa que los problemas psicológicos no son enfermedades con causa orgánica y por tanto, la medicación no siempre es la mejor vía de solución. Lo que hay que tratar de modificar en estos casos es la propia conducta problema y las variables del contexto que la han hecho emerger.

Veamos todo esto en mayor profundidad…
En primer lugar, no podemos olvidar que para los psicólogos el objeto de estudio es la CONDUCTA o COMPORTAMIENTO. Los psicólogos partimos además de que el modo en que las personas nos comportamos en nuestro entorno es aprendido, es decir, el comportamiento se desarrolla (se aprende) con el objetivo de buscar precisamente la adaptación a las circunstancias específicas del contexto de cada persona. En este proceso de búsqueda de adaptación a nuestro medio, muchas conductas que desarrollamos las personas (niños, adolescentes y adultos) para afrontar las demandas de éste, a veces empiezan a resultar problemáticas o a generarnos problemas a nosotros o a nuestro entorno. No obstante, estas conductas problema (denominadas “síntomas” en los Manuales Diagnósticos) no son indicadores de un trastorno subyacente que necesita ser diagnosticado, sino que son en sí misma el problema a intervenir, ya que si esas conductas no aparecieran, en ningún momento podríamos hablar de que el niño, el adolescente o el adulto tiene un problema y ni siquiera habría que recurrir a diagnosticar nada porque NADA HABRÍA. Las etiquetas diagnósticas que aparecen en los Manuales Psiquiátricos (“Depresión”, “Ansiedad”, “Trastorno Negativista”…) son simplemente eso, “etiquetas”, que funcionan como resumen de un conjunto de conductas (en algunos niños estarán presentes alguna de esas conductas que contempla la etiqueta, pero en otros estarán otras, no obstante lo que a nosotros los psicólogos nos interesa, es conocer cuáles son las conductas problema que presenta la persona y de qué variables dependen: Qué las está manteniendo a día de hoy, pues en eso será en lo que podamos intervenir los psicólogos y no en una etiqueta abstracta y meramente descriptiva como es un diagnóstico.
Por otro lado, no hay que olvidar que los Manuales Diagnósticos están elaborados desde un modelo médico que establece las causas de una patología determinada en un agente patógeno que provoca ciertos síntomas para los que se pauta una medicación con el objetivo de paliarlos. En el terreno de la enfermedad mental, los psiquiatras, consideran que las causas de los trastornos mentales o de las conductas patológicas están en el interior de la persona (hay algo subyacente que los causa) y que esas conductas que observamos, son sólo la “cara” superficial de una patología más seria que hay que diagnosticar a través del conteo de esas conductas sintomáticas. No obstante, la investigación en psicología lleva demostrando desde hace décadas que las conductas de las personas dependen de variables del contexto (interno y externo) que las están manteniendo y que modificando esas variables, las conductas cambian. SÍ, esas conductas que se interpretan como síntomas de un trastorno subyacente desde la comunidad médica se modifican cuando se interviene en las variables que las mantienen: ¿No será que esas conductas no están explicadas por una patología interna, sino por, precisamente esas variables ambientales?
Puesto que esto ha sido sistemáticamente demostrado a través de investigación y en contextos de laboratorio, los psicólogos hemos desarrollado herramientas muy potentes como el Análisis Funcional, que además de ser la herramienta de evaluación propia de nuestra disciplina (y del modelo psicológico) nos proporciona información sobre cuál es la intervención a realizar, ya que cuando el psicólogo realiza un Análisis Funcional del caso, lo que está haciendo en realidad es analizar las conductas problema y de qué variables del contexto interno y externo dependen; es decir, en qué situaciones aparecen esas actuaciones, emociones o pensamientos desadaptativos, qué hacía o pensaba la persona inmediatamente antes de que se diera la conducta problema, qué hacían otras personas o qué sucedía en el contexto antes de darse, qué hacen otras personas o qué sucede en el contexto después de que aparezca la conducta problema, cómo se siente la persona, qué hace o qué piensa después….
Cuando se realiza este tipo de análisis es fácil derivar de él una intervención realmente ajustada al caso, sin necesidad de depender de la etiqueta diagnóstica que se la haya puesto. Esta sólo proporcionará una orientación sobre el tipo de problema que la persona presenta, pero nunca sobre cómo se está plasmando el problema concretamente. Las personas aprendemos todas las conductas de nuestro repertorio, tanto las problemáticas como las no problemáticas a través de diferentes procesos de aprendizaje. Cuando se estudian los procesos de aprendizaje subyacentes a esas conductas y se diseñan las condiciones para modificarlos y que se den en su lugar los procesos de aprendizaje para otras conductas, la probabilidad de éxito de la intervención se incrementa mucho más que si realizamos una intervención estándar para todos los casos que reciben una misma etiqueta. ¿Creen que todos los problemas de ansiedad tienen la misma causa y se manifiestan de igual manera en todas las personas que los sufren? ¿Creen que a todas las personas les afectan de igual manera y afrontan de la misma manera los problemas de la vida?, ¿Creen que aquello que llamamos “depresión” se manifiesta igual en todas las personas y tiene las mismas causas? Probablemente su respuesta a todas estas preguntas haya sido que no, y está en lo cierto: Ni todos los problemas son iguales, ni a todas las personas les afectan los sucesos de su vida de igual manera, ni todas las personas tienen la misma manera de afrontar las cosas. Puesto que las conductas problema se explican en función de los procesos de aprendizaje subyacentes y las Técnicas de Intervención Psicológica se basan en esos mismos principios de aprendizaje, en la medida en que el Análisis Funcional del problema esté bien hecho, la intervención tendrá mayor probabilidad de éxito.
Está claro que en la comunidad científica hay que adoptar un lenguaje común para poder entendernos y por el momento, ese lenguaje común es la etiqueta diagnóstica. Esto es algo que los psicólogos tenemos que asumir, pero eso no necesariamente nos tiene que llevar a olvidar cuál es la conceptualización de los problemas propia de la psicología y cuáles son las herramientas de intervención puramente psicológicas (el Análisis Funcional y las Técnicas de Intervención Psicológica); y sobre todo, no se nos puede olvidar, que al final, lo más relevante, aquello donde tenemos que intervenir es en las  CONDUCTAS PROBLEMA, pues esas son las que siguen ahí, una vez puesta la etiqueta (porque la etiqueta no resuelve nada, simplemente encasilla a la persona, con los problemas que eso puede conllevar). Pero… ¿cuáles están presentes en una determinada persona y cuáles no?: Eso es lo que tenemos que evaluar, describir y explicar a través del ANÁLISIS FUNCIONAL con el fin de planificar una intervención adecuada que plantee una alternativa a la medicación.
Los psicólogos tenemos mucho que decir a la hora de intervenir en casi la totalidad de los trastornos que figuran en los Manuales de Diagnóstico Psiquiátrico y disponemos de procedimientos de intervención (Técnicas Psicológicas) que han demostrado su eficacia en el laboratorio y en la práctica clínica y que además, han demostrado ser a largo plazo más efectivas que los tratamientos farmacológicos para la mayoría de trastornos psicológicos (como demuestra el informe realizado por “The Centre for Economic Performance’s Mental Health Policy Group, London School of Economics” en 2006.
Reconocimiento de los Psicólogos con experiencia en el campo clínico y de la salud como "Psicólogos Sanitarios"

Después de un largo camino, finalmente se ha reconocido a nivel legar la condición del Psicólogo como profesional de la salud. Para más datos sobre ello pueden consultar el siguiente enlace:

http://galaalmazananton.wordpress.com/2011/09/24/psicologo-general-sanitario/

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martes, 13 de septiembre de 2011

La Terapia Psicológica es un proceso activo

Los Problemas Psicológicos
Cuando hablamos de Problemas Psicológicos estamos refiriéndonos a problemas o trastornos del comportamiento, es decir, a cambios en el modo de comportarnos que surgen en la interacción de la persona con su medio y con las circunstancias que le rodean y que afectan a su bienestar y a su correcta adaptación al medio. Estos problemas serían por tanto aprendidos, en tanto en cuanto no están presentes de manera innata en nosotros, sino que surgen o se desarrollan en un momento dado en que la persona no tiene en su repertorio de conductas (previamente aprendidas durante su experiencia vital o historia de aprendizaje), estrategias o habilidades para hacer frente a las circunstancias que en ese momento se le presentan o cuando el uso que hace de ciertas estrategias resulta inadecuado (el afrontamiento que hace es ineficaz y a veces perjudicial).
En el intento de afrontar y adaptarnos a las demandas del contexto, nuestra conducta puede verse alterada de manera que nos termine generando sufrimiento y malestar y termine repercutiendo en las diferentes áreas del funcionamiento cotidiano (área laboral, social, personal, académica, de pareja, familiar…). Cuando se llega a este punto en el que la conducta no es adaptativa (no nos permite vivir en armonía con nuestro medio) es cuando podemos hablar de la existencia de un Problema Psicológico.

Cada caso es único
Cuando aparece un problema, la conducta de la persona se puede ver alterada en sus diferentes componentes: el modo en que actuamos (conducta motora), el modo en que pensamos (conducta cognitiva), el modo en que nos sentimos o nos emocionamos  (respuestas emocionales) y el modo en que reaccionamos a nivel psicofisiológico. El grado de alteración de los diferentes componentes depende de la persona, del tipo de factores que originen y mantengan el problema y sobre todo, del tipo de afrontamiento que esté haciendo. En este sentido, puede haber personas que ante una situación vital que genera preocupación se muestren más alterados a nivel motor, hablando muy alto por ejemplo, moviéndose constantemente, reaccionando con agresividad e irascibilidad ante preguntas o actuaciones de otros; otras personas pueden tender a darle muchas vueltas a los problemas, generándoles esto aún más preocupación y sensación de malestar y tensión; en otros casos la persona puede experimentar reacciones psicofisiológicas como tensión muscular, malestar digestivo, alteraciones del sueño, que son características de los estados de tensión y nerviosismo. Todas estas alteraciones comportamentales se mezclaran de manera específica y diferente en cada persona formando un entramado único al que llamaremos “Problema Psicológico”. Por tanto el Problema Psicológico es específico de cada persona en el sentido de que puede ser generado por circunstancias vitales diferentes y puede generar alteraciones diferentes y en diferente grado en cada componente conductual.
Lo anterior hace que las características del problema deban ser analizadas en cada caso para poder tener una comprensión global del mismo y poder adaptar la intervención a las necesidades de cada persona. Por estos motivos, de nada sirve etiquetar los problemas que llevan a las personas a iniciar una terapia con nombres como “Depresión”, “Ansiedad”, “Estrés”, “Insatisfacción con la vida”. Estas etiquetas nos pueden ayudar a resumir a rasgos generales de qué se trata el problema, pero para entender realmente qué circunstancias rodean a la persona, qué ha podido generar el problema, cómo se manifiesta éste en la conducta (es decir, de qué manera se está viendo alterada la actuación de la persona, su modo de pensar, su respuesta emocional, sus respuestas fisiológicas), qué se está haciendo para afrontarlo…, hay que realizar una análisis más específico. Este análisis, al que los psicólogos denominamos Análisis Funcional y que tiene lugar durante la fase de evaluación, permitirá establecer las características del caso y las diferencias con otros casos. De esta manera nos daremos cuenta, por ejemplo, que no todos los casos de Depresión son iguales pues ni las causas ni el modo en que la persona se ve afectada es similar, al igual que tampoco lo son el resto de problemas, pese a poder recibir una misma denominación.

Intervención Psicológica diseñada a medida
El Análisis Funcional permitirá también diseñar el proceso de intervención y seleccionar aquellas técnicas y estrategias que resultarán más adecuadas en cada caso. En este sentido, la Intervención Psicológica se diferencia de cualquier otro intento de intervención y de ayuda en que se trata de una intervención profesional que aplica los conocimientos de la Psicología y de los principios de aprendizaje para analizar y resolver los problemas de comportamiento de las personas. Para ello el psicólogo describe los problemas que traen a la persona a sesión en términos de aprendizaje, esto es, explicándolos en función de las circunstancias del entorno que los han hecho emerger y no en función de características internas o innatas. Los problemas psicológicos se desarrollan a partir de las circunstancias de la vida cotidiana y del afrontamiento que la persona realiza ante ellas. Se parte de la base de que las alteraciones que haya podido sufrir el comportamiento de la persona (su actuación, pensamientos, emociones) son consecuencia de las condiciones ambientales que le rodean y lo que hace el psicólogo es establecer relaciones entre las acciones, los pensamientos y las reacciones emocionales de la persona y los estímulos del medio que las desencadenan y las suceden. El siguiente paso será alterar dichas relaciones introduciendo cambios tanto en la conducta como en el ambiente (según el caso requiera) para así producir modificaciones en las conductas problemáticas y finalmente resolver el problema y poner fin al malestar. Pero… ¿Cómo lograr estos cambios en la conducta y/o el ambiente? Por supuesto nada se podrá hacer si no se cuenta con la participación de la/s persona/s interesadas en el cambio. Es por ello por lo que decimos que la persona que acude a Terapia Psicológica tiene un papel ACTIVO.
Sujeto Activo versus “paciente”
Puesto que los problemas psicológicos son problemas del comportamiento y el comportamiento de las personas es aprendido en su interacción con el medio que les rodea, el cambio de comportamiento también supone un proceso de aprendizaje. Cuando una persona viene a Terapia el psicólogo analiza el caso y diseña nuevas condiciones de aprendizaje para que los comportamientos problemáticos puedan ser modificados y se aprendan en su lugar estrategias de afrontamiento más adecuadas. Para generar las nuevas condiciones de aprendizaje y para que el aprendizaje de conductas alternativas a las problemáticas pueda tener lugar es necesaria la participación activa del interesado.
En el caso de la Terapia Psicológica la persona que solicita la intervención no es un mero receptor pasivo, como lo podría ser aquel que solicita una pastilla al psiquiatra o al médico de cabecera, sino que se requiere de él un papel activo y comprometido con la terapia, algo que será indispensable para poner en práctica las Técnicas de Intervención Psicológica y que éstas tengan efecto.
Hablamos de “Cliente” en lugar de “paciente”
Los psicólogos, y sobre todo aquellos que trabajamos en el ámbito privado, preferimos hablar de Cliente en lugar de paciente cuando nos referimos al receptor de un tratamiento. Las razones, además de las ya aludidas, son las siguientes:
·         La relación que se establece entre el Psicólogo y la persona que paga la intervención es profesional y contractual. El cliente paga por un servicio (en este caso una atención psicológica) a un profesional.
·         El cliente (aquel que paga la intervención) no es siempre la persona que recibirá el tratamiento o aquella sobre la que se plantea la queja o sobre la que se demanda un cambio de conducta. Por ejemplo en el caso de los niños suelen ser los padres los que pagan la intervención y muchas veces es a través de ellos el modo de producir los cambios en el niño.
·         El papel de la persona que quiere solucionar un problema debe ser activo y participativo para lograr realizar modificaciones. De no ser así, la terapia probablemente fracasará.
·         Es la persona que acude en busca de ayuda la que ha detectado la existencia de un problema que no sabe solucionar por sí mismo y la que hace la demanda de ayuda a un profesional. Será con la ayuda de éste como se fijarán los objetivos de intervención pero el cliente tendrá siempre la última palabra sobre aquello que quiere modificar de su vida y de su comportamiento y aquello que no. En este sentido, el psicólogo utilizará sus conocimientos para ayudarle a introducir modificaciones en aquello que la persona quiera y le hará sugerencias sobre aquellas cosas que le podrán ayudar a conseguir mejor esos cambios pero nunca podrá tratar de modificar algo que la persona no quiera (pues entre otras razones, sin su participación, el cambio será imposible).

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