Con el fin del verano y la vuelta a la rutina en ocasiones aparece el denominado Síndrome Postvacacional, el cual ya ha sido tratado en un post anterior (“”). Éste consiste en un conjunto de síntomas que se producen tras el verano como consecuencia de la dificultad que supone la readaptación la rutina diaria. Normalmente al hablar de “Síndrome Postvacacional” damos por hecho que nos referimos a los adultos, pero no podemos olvidar que los niños también tienen que realizar un costoso proceso de readaptación a su rutina particular: La vuelta al cole. No debemos trivializar dicho proceso ni tampoco el malestar y los síntomas emocionales, comportamentales y fisiológicos que puede producir en los niños, ya que durante las vacaciones ellos también han realizado una importante desconexión con su contexto habitual y con la serie de contingencias que rigen su rutina escolar (los horarios, las clases, las obligaciones, los deberes, las actividades extraescolares…). Es por todo ello por lo que los síntomas que se experimentan al readaptarse a la rutina pueden ser especialmente significativos en los niños. Estos síntomas pueden ir desde alteraciones en los horarios del sueño, pesadillas y alteraciones en la alimentación hasta la sensación de apatía y de desgana, pasando por bajo estado anímico, irritabilidad o búsqueda de “mimo” por parte de sus padres. El modo en que los síntomas mencionados se experimenten y cuáles de ellos estén presentes y cuáles no depende de cada niño e incluso no tienen por qué aparecer en todos los casos. Normalmente no duran más de una semana, lo que suele durar el periodo de adaptación a las nuevas rutinas, aunque en ocasiones, si este proceso es costoso y no se realiza de una manera normalizada, podría durar más y genera mayor malestar en el niño.
¿Por qué se produce el Síndrome Postvacacional en los niños?
Para entender por qué se produce todo esto hay que tener en cuenta que durante las vacaciones las exigencias para los niños se reducen, tanto en lo que se refiere a los horarios como a otras obligaciones; los padres se vuelven más flexibles y aumenta el número de actividades gratificantes. Los niños pasan la mayoría del tiempo implicados en actividades que les reportan mucho refuerzo y por el contrario desconectan con las actividades que les demandan algún esfuerzo o responsabilidad (como sería el madrugar y el hacer deberes). Es comprensible que cuando se les imponen nuevos horarios para acostarse y levantarse y se les exige cierta responsabilidad y cumplimiento, así como demandas atencionales y de rendimiento intelectual y físico (no olvidemos que deben reincorporarse a las clases y al ajetreo del día a día), los niños tengan que llevar a cabo una habituación a las nuevas contingencias ambientales, aprendiendo cuáles serán las conductas que se esperan de ellos y qué estímulos del medio las controlan, es decir, cuáles son las señales ante las que deben poner en marcha ciertas conductas y cuáles serán sus consecuencias (cuáles conductas serán premiadas o castigadas). De esta manera aprenderán que ante la nueva profesora de inglés es mejor no despistarse si no quieres tener un punto negativo, pero en cambio el profesor de lengua es más permisivo; a las 8.00 de la mañana hay que estar en pie si no queremos llegar tarde al colegio; a las 14.00 suena el timbre para irse a comer; los martes y jueves hay que meter el chándal en la mochila porque hay Educación Física; este año hay que estudiar más para aprobar porque los exámenes son más difíciles…
Existen factores que pueden dificultar el proceso de adaptación natural como podría ser el cambio de centro escolar o el salto de ciclo (ej. pasar de primaria a secundaria). Todo cambio de rutina obliga a la persona (sea niño o adulto) a realizar un proceso de adaptación que puede generar lo que denominamos “estrés” y “ansiedad” (que cursan con los síntomas antes aludidos), y cuantos más cambios se produzcan en el ambiente al que debemos adaptarnos, más costoso será ese proceso, pues mayor será el número de “estresores” a los que el niño tenga que enfrentarse (ej. cambio de colegio, incremento de la exigencia, cambio de profesores y compañeros…).
La adaptación al medio supone realizar un proceso de aprendizaje, pues ante unas contingencias del medio que han cambiado, la persona debe adecuar su conducta y sus hábitos a los nuevos estímulos y normas que regirán el día a día. Esto obliga al niño a al adulto a estar alerta y a dirigir su energía y atención para el aprendizaje de esas nuevas condiciones estimulares. En ocasiones esta respuesta de alerta y esta focalización de la energía y la atención puede generar respuestas de ansiedad y estrés, sobre todo al principio, cuando aún nos movemos en un contexto cuyas condiciones no se controlan. Una vez aprendemos (nos adaptamos) a los nuevos horarios, los nuevos compañeros, los nuevos profesores, las nuevas normas… ese nivel de energía y de atención que la situación demandaba descenderá, pues ya nos habremos habituado, y también irán desapareciendo los síntomas que han podido aparecer como consecuencia de la novedad y del estrés que generaba la nueva situación y los cambios que exigía por nuestra parte.
¿Cómo facilitar la adaptación a la rutina?
Para hacer la vuelta al cole más sencilla existen una serie de pautas que nos pueden ayudar.
1. En primer lugar, los padres deben dar ejemplo no trasmitiendo a sus hijos ideas negativas sobre la vuelta al trabajo (ej. no hacer comentarios sobre la pereza que les da). Uno de los mecanismos más normales de aprendizaje es a través del modelado (la observación y la imitación de lo que otros dicen o hacen). Si los niños no hacen más que oír que la vuelta a la actividad es algo negativo y un motivo para estar tristes, eso es lo que aprenderán y de este modo hablarán de ello.
2. Por la misma razón que lo anterior, los padres pueden contribuir a resaltar el lado positivo de la vuelta al colegio y a las actividades.
3. La readaptación a los nuevos horarios y obligaciones debe realizarse de manera gradual. A ello ayudará el que durante los últimos días de las vacaciones se empiecen a recuperar los hábitos normales en cuanto a horarios de sueño (levantarse más temprano y acostarse antes), horarios de comida, y el aumento del nivel de actividad (sobre todo si se ha tenido un verano muy relajado).
4. Si durante el verano los niños han realizado actividades cercanas a las escolares como leer o hacer algunos deberes o ejercicios educativos, la vuelta a la normalidad será menos costosa porque su rutina veraniega habrá sido más parecida a la escolar.
5. Empezar a preparar el material escolar desde unos días antes, haciendo de ello una actividad agradable para los niños. Por ejemplo, tratar de que disfruten de la compilación del material y su preparación para el primer día, así como que acompañen a los padres a la compra del material y el uniforme. Todo ello ayuda a que la vuelta sea menos costosa.
6. Anticipar al niño lo que se va a encontrar (instalaciones, tipo de escuela, compañeros, profesores etc) ayuda ajustando sus expectativas y contribuyendo a reducir sus posibles dudas y temores.
7. Compaginar el inicio de la actividad lectiva con alguna actividad de ocio cuando termine la jornada escolar para que el cambio de rutinas no sea tan brusco.
8. Ir aumentando progresivamente el nivel de exigencia en cuanto al rendimiento, tanto en el colegio como en casa (tiempo dedicado a hacer deberes).
¿Cómo hacer cuando el niño empieza la Guardería?
El inicio de la guardería es un momento difícil tanto para los padres como para los niños, ya que es frecuentemente la primera ocasión en la que unos y otros pasarán tantas horas separados. Para los hijos es un momento novedoso en todos los sentidos, pues no tienen la experiencia previa de la “vuelta al cole”. Para los padres también es algo nuevo, pero en su caso lo que más preocupa es la incertidumbre de cómo llevará el niño esa adaptación al nuevo medio. En este sentido, para nuestra tranquilidad como padres, debemos tener presente que los niños pequeños tienen una gran capacidad de aprendizaje y adaptación y enseguida se olvidarán de sus papás y empezarán a participar del nuevo contexto. Cuando al final del día los padres vuelvan a aparecer y el niño empiece a asociar que eso ocurre cada día, la despedida al principio de la mañana cada vez será menos costosa, hasta que incluso llegue un momento en que al niño le apetezca ir. Como otro apoyo más para la tranquilidad de los padres, hay que tener en cuenta que cuando dejamos a nuestros hijos en una guardería les estamos dejando con personal especializado y en un contexto cuidado y protegido. No obstante, podemos seguir unas cuantas pautas que ayudarán a que el comienzo de la guardería sea más fácil para todos:
1. En el momento de despedirse los padres no deben mostrar angustia ya que esto afectará al estado en que se quede el niño y si éste observa tranquilidad y entereza por parte de los padres es más probable que permanezca tranquilo.
2. El llegar puntuales a la hora de recogida del colegio o guardería ayudará a reducir la incertidumbre que genera al niño ese momento. Sobre todo el primer día, cuando el niño no sabe en qué momento el padre va a aparecer (pues no existe experiencia previa).
3. Los padres deben tener paciencia y entender que cuanto más pequeños son los niños más les afectan los cambios (aunque más capacidad de adaptación tienen a los mismos). Por ello pueden contribuir a hacerles los cambios más llevaderos realizándolos de manera progresiva, sobre todo si comienzan la guardería o van a cambiar de ciclo o de colegio.
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