miércoles, 31 de agosto de 2011

¿Cómo se configura la “Personalidad”?

Como ya se ha tratado más detenidamente en un post anterior (ver “La Personalidad: ¿A qué nos referimos?” para completar la información), el término “Personalidad” hace referencia a un conjunto de patrones de comportamiento (formas de actuar, reaccionar, emocionarse y pensar) relativamente estables a lo largo del tiempo y las situaciones. Alude a las maneras en que tendemos a comportarnos en una gran variedad de las situaciones que vamos experimentando en nuestra vida. Esas tendencias de conducta son las que nos permiten ser relativamente predecibles para el resto de la gente, aunque la “Personalidad” de ninguna manera determina nuestro comportamiento en todas y cada una de las situaciones, sino que tan solo se refiere a patrones de conducta que tienen más probabilidad de llevarse a cabo, debido a que se han consolidado a través de nuestra experiencia previa en situaciones similares. Estos patrones de comportamiento habrían sido aprendidos a lo largo de nuestra historia de vida y a base de haber sido reforzados se habrían consolidado como un “modo de ser”, o más bien de actuar y pensar, relativamente estable y característico de la persona, formando parte de nuestro Repertorio Básico de Conducta. En definitiva, a este repertorio de conductas que es producto de nuestra historia de aprendizaje es a lo que nos referimos cuando hablamos de Personalidad.

Pero..."¿Cómo se desarrolla la "Personalidad"?


La Personalidad no está predeterminada sino que se va confeccionando a lo largo de nuestra historia de aprendizaje en función de las experiencias por las que vamos pasando durante el proceso de desarrollo y socialización. La Socialización es el proceso de aprendizaje que permite al niño desde que es pequeño, incorporar las conductas, creencias, normas, valores… apreciados, valorados y reforzados por el grupo cultural en el que se inserta, para pasar a formar parte plena de él. El proceso de socialización es uno de los principales factores que influyen en la configuración de la personalidad pero éste interactúa con otros muchos factores que también ejercen su influencia en la conformación del Repertorio de Conductas de la persona. Entre todos estos factores, la carga genética y las características orgánicas de la persona (ej. posibles malformaciones físicas o déficits sensoriales, ciertos rasgos físicos de la persona, problemas en el funcionamiento de algún órgano, enfermedades congénitas o hereditarias…) también juegan un papel importante, pues pese a que los comportamientos que configuran nuestro repertorio son aprendidos (no nacemos con ellos ni vienen, “escritos” en nuestros genes sino que los desarrollamos en nuestra interacción con el entorno), éste aprendizaje se da bajo unas condiciones biológicas y situacionales de partida (como las anteriormente aludidas) que influirán en cómo se desarrollen esos aprendizajes: qué comportamientos serán con mayor probabilidad o más fácilmente emitidos por la persona y cuáles serán o no reforzados por el entorno. Los comportamientos que sean reforzados en muchas ocasiones se consolidarán con más facilidad y pasarán por tanto a conformar nuestro repertorio de conductas con más probabilidad que otros.
Pongamos un ejemplo de lo anterior: Imaginemos una persona que nace con una discapacidad auditiva. Dicha condición biológica innata funcionará como una característica (Variable Disposicional) que influirá en el modo en que se desarrollará la interacción de esta persona con su entorno y por tanto, influirá también en el tipo de experiencias de aprendizaje que tenga y los comportamientos que se incorporen a partir de ellas. Por ejemplo, el tipo de relaciones que establezca con las personas de su entorno podría verse influido, siendo las interacciones diferentes a las que podría establecer una persona oyente con su grupo de iguales. En este sentido el déficit auditivo podría suponer una barrera para establecer interacciones normalizadas desde la llegada al mundo, al menos hasta el momento en que se aprenda el lenguaje de signos o se desarrollen estrategias efectivas de comunicación con el entorno. Desde la llegada al mundo habría parte de la estimulación que la persona con déficit auditivo no percibiría. Ésta podrá ser compensada por otras vías sensoriales y por tanto, no necesariamente tendría que derivarse de esto ningún problema posterior ni ninguna dificultad añadida más allá de la que supone el propio déficit auditivo (la necesidad de aprender otros modos de comunicación alternativos). No obstante, si la persona no maneja adecuadamente éste déficit, sí pueden surgir problemas que se plasmen en el tipo de patrones de conducta que la persona incorpore a su repertorio. Supongamos, por ejemplo, que por su déficit auditivo la persona opta por aislarse de su entorno cuando éste está formado por personas oyentes, adoptando patrones de comportamiento social de tipo evitativo (precisamente por las dificultades que entraña la interacción social con todo aquel que no maneje el lenguaje de signos). Con el tiempo la persona podría convertirse en un individuo socialmente inhibido (al menos en el contexto de personas oyentes), siendo ésta la etiqueta que mejor definiría el modo en que tiende a comportarse en situaciones sociales. Esta conducta de evitar y rehuir la interacción social con personas oyentes sería algo que ha venido consolidándose en su repertorio a través de la repetición y porque ha venido resultando útil a la persona, pues al evitar el contacto social con personas oyentes, también se está evitando el malestar que esto supone y los esfuerzos que la persona debe realizar para hacerse entender. No obstante, podría ocurrir que esa misma persona no tuviera ningún problema a la hora de interactuar con personas que manejen el leguaje de signos y en estos contextos no se muestre para nada inhibida. En este caso no se trataría de una persona con déficit de habilidades sociales, como podríamos suponer, sino que las personas también aprendemos a discriminar entre unas situaciones y otras y podemos adaptar nuestro comportamiento a la situación eligiendo en qué momento comportarnos de un modo y en qué momento comportarnos de otro. Esto no quiere decir que nuestra personalidad sea voluble, sino, más bien, que la conducta es flexible y adaptativa. El que podamos discriminar qué conductas nos compensan más en unas situaciones y en otras no es incompatible con que puedan existir ciertas tendencias de actuación relativamente estables y generalizadas y que el aprendizaje de dichas conductas venga influido por un amplio conjunto de factores personales (ej. factores genéticos, orgánicos etc.) y situacionales (características del contexto).



Por poner otro ejemplo, de cómo las características biológicas pueden ejercer influencia en el modo en que se desarrolla la conducta y la personalidad, la investigación ha demostrado que las personas con rasgos físicos atractivos (la gente “guapa”) tiende a ser en general más hábil socialmente y más inteligente. Esto tiene la explicación precisamente en el modo en que estas características influyen en el modo en que se desarrollan las experiencias de aprendizaje. La gente guapa tiene experiencias sociales más positivas, está expuesta a más experiencias de refuerzo en su interacción con los otros y en la medida en que a la especie humana nos gusta más interactuar con personas con rasgos físicos armoniosos, estas personas estás expuestas a mayor estimulación y atención por parte del entorno. La contrapartida de esta mayor estimulación y experiencias de interacción más ricas y reforzantes es el desarrollo de mayores habilidades sociales y un nivel de inteligencia por lo general medio-alto. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se está hablando en términos generales y que, como en todo, habrá excepciones. Lo que sí es claro es que las experiencias a las que tengamos acceso y la cantidad y tipo de estimulación que recibamos influirán en las habilidades, capacidades y patrones de conducta que adquiramos, y en definitiva, en el tipo de personas que “seamos” o en los rasgos o tendencias de comportamiento que nos caractericen.
Según lo que hemos venido tratando, existirían un conjunto de variables disposicionales (características biológicas de tipo innato o adquirido) que en combinación con las experiencias de aprendizaje que tienen lugar durante el proceso de socialización, influyen en la formación de lo que llamamos “Personalidad” (nuestras tendencias de comportamiento). No nacemos determinados para “ser” o comportarnos de una manera específica, sino que somos resultado de nuestras experiencias de aprendizaje. En ellas tiene algo que decir la carga genética, pero ésta actúa sólo como un factor modulador de la experiencia, sin predeterminar el resultado de la misma. El principal papel en la configuración de la Personalidad lo juega la experiencia vital a la que accedemos a través de los agentes de socialización, siendo tres los principales: La familia, la escuela y el grupo de iguales.


Todo individuo forma parte de una sociedad que tiene unas formas características de pensar, sentir, actuar y conducirse. Desde que llegamos al mundo, las personas debemos aprender los valores, las normas de conducta, las creencias, los ideales, los intereses… de nuestra cultura concreta, aprendiendo los modos específicos de satisfacer nuestras necesidades que son reforzados por cada cultura y grupo social y que nos permitirán adaptarnos al mismo. A todo este proceso ayudan los tres agentes de socialización mencionados, participando desde que un niño viene al mundo en el desarrollo de los hábitos, la manera de percibir e interpretar el mundo que le rodea, la absorción de conocimientos por experiencia directa o indirecta, la incorporación de normas y reglas de conducta…

Los resultados de todos los aprendizajes que vamos realizando son modificaciones relativamente estables en la conducta de la persona como producto de la experiencia, pues en definitiva, en eso consiste el Aprendizaje (producir un cambio más o menos estable en el tiempo pero que puede tener efecto reversible en la medida en que no es algo predeterminado, sino que depende de la experiencia). En función de nuestras experiencias, así seremos.

La familia, el grupo de iguales y la escuela tienen una gran influencia en el tipo de experiencias de aprendizaje a las que nos vemos expuestos. Todos ellos determinan el tipo de estímulos sociales que se le presentarán al niño, la información o normas que se le enseñan, las formas de actuar o de pensar (ideas, creencias, formas de interpretar la situación y la conducta de los otros) que se van a recompensar (y a promover) o a castigar (ya a eliminar). Ello determina qué se va a consolidar como parte del repertorio de conducta y que no. Como resultado de ello, las experiencias tienden a reforzar algunos repertorios de conducta que irán conformando los “rasgos de personalidad”. Si por ejemplo dentro de la familia un niño aprende que haga lo que haga o diga lo que diga (esté bien o esté mal) recibe el castigo o la crítica de sus padres, además de no aprender a discriminar que es lo correcto y lo incorrecto en cada situación, puede aprender a que es mejor callarse y no hacer nada para no recibir castigo. De esta forma se desarrollará y consolidará un patrón de conducta inhibida que a menos que no se vea mitigado por experiencias de aprendizaje opuestas en otros contextos diferentes a la familia (ej. la escuela o el grupo de amigos), donde el niño sí sea reforzado, se mantendrá en el tiempo y podrá convertirse en un rasgo que le caracterice (pues será la manera en que tienda el niño a comportarse en un conjunto amplio de situaciones).

Las pautas de crianza en el hogar, las enseñanzas en la escuela, las interacciones con el grupo de iguales, la información recibida y la observación de las conductas a través de los medios de comunicación… permiten a las personas ir incorporando desde niños ciertos aprendizajes y los elementos socioculturales relevantes, adaptándonos así al entorno social en cuyo seno debemos vivir y conformando en cada persona unos repertorios de conducta (Personalidad) específicos que nos caracterizan aunque no nos determinan. La Personalidad en la medida en que se confecciona a partir de las experiencias de aprendizaje también es modificable en base a las mismas (exponiéndonos a experiencias de aprendizaje alternativas). La mayor o menor dificultad para cambiar un hábito o tendencia de comportamiento depende de su grado de consolidación, que depende a su vez de cuánto haya sido repetida y reforzada esa conducta.

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lunes, 29 de agosto de 2011

La Personalidad: ¿A qué nos referimos?

¿De qué estamos hablando cuando hablamos de Personalidad?

A pie de calle está bastante extendida la concepción de la Personalidad como una “forma de ser” que caracteriza a la persona y que es bastante difícil de modificar. Se concibe como una especie de “esencia” interna que diferencia a la persona de otras y le hace ser único. Se le suele atribuir además un carácter innato, razón por la cual se considera difícil de modificar, llegando esta creencia en ocasiones a justificar ciertos comportamientos o la ausencia de cambio de los mismos: “Soy así, no puedo evitarlo”.
¿Cómo se define la Personalidad desde el punto de vista psicológico (desde la Psicología Conductual)?
Estaríamos de acuerdo en que la Personalidad hace referencia a un “modo estable de ser” de cada persona concreta, es decir, por Personalidad aludimos a una serie de patrones de comportamiento relativamente estables que tienden a desplegarse ante un gran conjunto de situaciones vitales. Es por ello por lo que nosotros mismos y la gente que nos conoce, en base a la experiencia previa de cómo nos hemos comportado en el pasado en situaciones similares, podemos/pueden hacer predicciones relativamente certeras sobre cómo nos podremos comportar. No obstante, el que existan en nuestro repertorio de conductas patrones de comportamiento relativamente estables no quiere decir 1) Que dichas tendencias o patrones sean innatos, 2) Que éstos determinen nuestra conducta en cualquier situación y 3) Que no puedan ser modificados.
Clarificando la noción de Personalidad…
Expliquemos uno a uno los puntos anteriores:
1)      La Personalidad no es innata: Venimos al mundo con un repertorio de reflejos muy básicos a partir del cual empezamos a interactuar con el entorno y a desarrollar patrones de conducta cada vez más complejos. A lo largo del desarrollo las conductas que vamos incorporando a nuestro repertorio son cada vez más elaboradas, incluyéndose tanto conductas motoras observables, como creencias y modos de pensar (conducta cognitiva o encubierta), formas de sentir, reaccionar, emocionarse… Todas estas conductas observables y encubiertas que se incorporan a nuestro repertorio son producto de los aprendizajes que tienen lugar en nuestra interacción con el entorno. Innatos sólo serían esos reflejos básicos iniciales, a partir de ahí, lo demás es aprendido y lo que aprendamos y lo que no, vendrá determinado aquí sí, por el tipo de experiencias y estimulación a que estemos expuestos: aprendizaje por experiencia directa, aprendizaje por observación de otros modelos, aprendizaje a través de la información que nos transmiten verbalmente otras personas… 

2)      La Personalidad no determina nuestro comportamiento: A lo largo de nuestra historia de vida vamos confeccionando lo que se denomina “Historia de Aprendizaje”. Ésta alude a todos aquellos comportamientos que hemos ido incorporando a nuestro repertorio como resultado de haber estado expuestos a situaciones que nos han permitido aprender esas respuestas o esas maneras de actuar, sentir, pensar y reaccionar y en las que han sido funcionales (útiles) por habernos ayudado a manejar esas situaciones y nos han permitido obtener resultados positivos. Lo que nos es útil lo incorporamos a nuestro repertorio y lo que no nos ayuda, lo desechamos. Incluso aquellas conductas o maneras de pensar que a otros les pudieran resultar inadecuadas o contraproducentes, podrían resultar funcionales o haberlo resultado en el pasado para una persona y por ello podrían mantenerse en su repertorio, incluso pese a que ya no sean tan adaptativas o aunque no lo parezcan a los ojos de los demás. Hay que entender que el repertorio de conductas de cada persona es único y responde a su historia de aprendizaje que también es única. Algunas cosas aprendidas en el pasado porque en su día fueron adaptativas y ayudaron a la persona a manejarse y a funcionar en su entorno podrían mantenerse hoy por hoy pese a que ya no sean tan útiles, simplemente por el hecho de haberse repetido mucho en el pasado y haberse consolidado fuertemente en el repertorio. Este efecto de consolidación que es producto de la repetición de ciertas conductas o ciertas formas de pensar es lo que nos permite hablar de estabilidad a la hora de referirnos a la personalidad.

Como venimos diciendo, a lo largo de las experiencias vitales vamos haciendo nuestros (incorporando al Repertorio Básico de Conductas) aquellos comportamientos que nos son útiles y beneficiosos (reforzantes) para adaptarnos al medio, los cuales pueden ser repetidos en muchas situaciones similares, en los que obtendrán igualmente beneficios (consolidándose cada vez más). Cuando una conducta es útil en cierta situación, también puede ser aplicada con resultados igualmente positivos en situaciones similares (efecto de generalización del aprendizaje), por lo que aprendemos a ampliar el uso de esa conducta, de manera que otros estímulos también funcionen como desencadenantes de la misma. De esta manera, vamos aprendiendo ciertos comportamientos (acciones, ideas y creencias, respuestas emocionales…) que tendemos a repetir, quedando estos cada vez más consolidados. La investigación ha demostrado que en general, cuantos más ensayos de una conducta se realicen, más asentada quedará esta respuesta en el repertorio de conductas y más resistente será a la modificación, aunque esta afirmación tiene sus matices, ya que en esto intervienen también otras variables (ej. programa de refuerzo al que se haya sometido la conducta: si ha sido reforzada en todas las ocasiones o ha sido reforzada o beneficiosa sólo en algunas…).

El que un patrón de comportamiento sea relativamente estable como resultado de haber sido ventajoso (haber sido reforzado) en diversas situaciones de nuestra historia de vida, no quiere decir que sea determinante de nuestra conducta en otras situaciones diferentes. Lo único que quiere decir es que cuando una conducta ha sido reforzada aumenta la probabilidad de que se utilice o se emita en las mismas circunstancias o en parecidas, pero no porque estemos determinados a ello, sino porque HEMOS APRENDIDO que es ventajosa. Esto explica que recurramos con mayor facilidad a conductas ya asentadas en nuestro repertorio en lugar de probar otros comportamientos o interpretaciones (pensamientos acerca de las situaciones) nuevas. De esta manera, lo más probable es que los viejos hábitos de conducta se sigan consolidando, consolidándose de esta manera lo que llamamos Personalidad. No obstante, si nosotros quisiéramos poner a prueba otros modos de actuar o reaccionar u otros modos de pensar ante las situaciones, podríamos hacerlo sin necesidad de “atarnos” a nuestra historia de aprendizaje pasada.

3)      La Personalidad puede ser modificada: Si entendemos la Personalidad como la venimos definiendo aquí (patrones de comportamiento relativamente estables en el tiempo y a lo largo de las situaciones que son producto de la historia de aprendizaje de cada individuo), podemos asumir, que en tanto que dichos patrones de comportamiento estables son aprendidos, también podrían ser modificados. Acabamos de decir que si nosotros quisiéramos, no tendríamos por qué sentirnos determinados a comportarnos como lo hemos venido haciendo en las diferentes situaciones por las que hemos pasado, porque nosotros tenemos la capacidad de decidir cómo queremos comportarnos sin necesidad de “atarnos” a nuestra historia de aprendizaje previa. Debemos tener en cuenta que la capacidad de aprendizaje y por tanto, la capacidad de cambio de las personas es enorme, aunque no es menos cierto que cuanto más consolidado está un comportamiento, más difícil será modificarlo o no optar por responder de esa manera ante situaciones en las que previamente ha resultado útil o con características similares a aquellas. La historia de aprendizaje previa no nos determina, aunque sí hace más probables ciertas conductas, y por tanto, más improbable o difícil el cambio en los patrones que ya han recibido mucho refuerzo previo y esto es así tanto para aquellos modos de pensar y comportarnos que son vistos como positivos por nosotros mismos y por nuestro entorno, como para aquellos que en un momento dado pueden resultar molestos para nosotros mismos y para nuestro entorno. No obstante, estos patrones de pensamiento y actuación se terminan convirtiendo con el tiempo y la repetición en características individuales o “señas de identidad” a nuestros ojos y a los ojos de los demás, funcionando en muchos, como ya hemos aludido, como justificaciones para nuestros actos y como excusas para no implicarnos en un cambio, pese a que el cambio SÍ sería posible.

Del mismo modo que una conducta o una manera de pensar o interpretar la realidad se convierte en un hábito estable como consecuencia de la repetición, se puede seguir el camino inverso para “deshabituarnos”. Esto pasa por poner a prueba otros tipos de actuaciones o de interpretaciones alternativas ante las situaciones en las que solíamos recurrir a los patrones anteriores. Esto no será fácil, ya que en muchos casos los comportamientos más asentados aparecerán o se desplegarán de manera casi automática ante los estímulos antecedentes, que funcionen como discriminativos o elicitadores de los mismos, pero de nuevo, con la práctica y la repetición de las conductas o pensamientos alternativos, en cuestión de tiempo, los nuevos hábitos de actuación y pensamiento podrán sustituir a los antiguos.

Lo bueno de todo lo que hemos venido viendo es que la Personalidad no nos limita, sino que el término PERSONALIDAD es tan solo una etiqueta descriptiva que utilizamos para aludir a un conjunto de comportamientos que son relativamente estables (en el tiempo y a lo largo de las situaciones) y que son producto de la historia de aprendizaje previa, pero que en tanto en cuanto se trata de patrones de conducta aprendidos, también pueden ser modificados. La personalidad está compuesta por hábitos que podrían ser sustituidos por otros hábitos nuevos en el momento en que la persona quiera y se lo proponga y realice un esfuerzo para que las conductas que previamente se han ido consolidando a lo largo de la historia de aprendizaje sean sustituidas por otras, probablemente más beneficiosas en el momento actual.
De igual modo que ninguno de nosotros somos idénticos a quienes éramos hace años, sino que hemos evolucionado y modificado muchos aspectos de nosotros mismos (de nuestra manera de actuar y de pensar), tampoco seremos los mismos ahora que en el futuro. El grado de cambio ya dependerá de nosotros y de las experiencias de aprendizaje a las que nos exponga la vida. Es probable que en el futuro quede en nuestro repertorio mucho de nuestra experiencia pasada, pero otras muchas cosas serán modificadas. Aquello que persiste y que permite reconocer en nosotros cierta, llamémoslo “esencia”, es precisamente lo que nos lleva a hablar de Personalidad, pero no estaríamos hablando de otra cosa que de patrones de conducta muy consolidados que persisten en el tiempo y que probablemente, si en el transcurso de los años no han sido modificados como sí lo han sido otros, es porque resultan ventajosos en algún sentido o porque el esfuerzo que supone el cambio no compensa los costes que esos comportamientos (esas formas de actuar o pensar) puedan suponer. Muchas veces lo que explica que no cambiemos algo de nosotros mismos (de nuestro repertorio de conducta) es precisamente el esfuerzo que implicarse en dicho cambio supone, haciendo que resulte en el balance, más ventajoso continuar comportándonos como tendemos a hacerlo, incluso a pesar de que la contrapartida de esos comportamientos no sea siempre todo lo beneficiosa que quisiéramos. Por ejemplo, podrían darse situaciones en las que cierta manera de reaccionar o comportarnos generase molestias al resto o incluso nosotros mismos podríamos darnos cuenta de que no es la mejor manera de reaccionar, pero por ser una respuesta ya muy automatizada, resultarnos muy costoso modificarla y preferir seguir actuando de ese modo pese a tener que asumir o aguantar el desagrado o la crítica de los otros (o incluso nuestra propia autocrítica). Como ese desagrado o crítica dura poco, la presión para el cambio de conducta es muy reducida. Además las personas también aprendemos a través de la experiencia con el resto de personas de nuestro entorno a predecir sus reacciones, es decir aprendemos los “rasgos de personalidad” (los patrones de conducta) que caracterizan a las personas cercanas y de igual modo que nos justificamos a nosotros mismos, también aprendemos a justificar o a pasar por alto ciertas conductas de los otros aludiendo al “él/ella es así”, “es su manera de ser”. Esto contribuye a que esos patrones de conducta se sigan consolidando y asentando cada vez más sin que la persona o nosotros mismos (si es el caso) nos veamos en la necesidad de realizar ningún cambio.

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viernes, 26 de agosto de 2011

El Análisis Funcional de la Conducta: La clave de la Intervención Psicológica

El Psicólogo Clínico, como se ha venido tratando en posts anteriores (ver Lo Psicológico es “lo Aprendido, en este blog) desarrolla su labor profesional en el ámbito de la salud mental, proponiéndose como objetivo incrementar el bienestar y la adaptación de las personas a su entorno, ayudándolas a superar los problemas y dificultades que han podido aparecer en un momento dado en el curso de su vida (en la interacción que la persona hace con su entorno y con los contextos en los que participa) y que le dificultan esa correcta adaptación al medio. Los Problemas Psicológicos se desarrollarían por tanto en el marco de la interacción de la persona con su medio, siendo por ese motivo aprendidos y susceptibles de ser modificados.
Para que la modificación de un comportamiento problemático pueda realizarse de forma eficaz, el Psicólogo primero debe estar en condiciones de describir y explicar en qué consiste exactamente el problema (qué comportamiento/s están resultando problemáticos y en qué situaciones), para poder realizar predicciones sobre el mismo y diseñar posteriormente un protocolo de intervención eficaz y SIEMPRE adaptado a cada caso.
Para desgranar completamente la conducta problemática los psicólogos hacemos uso de nuestra herramienta clave: El Análisis Funcional de la conducta (AF), que permite establecer las relaciones funcionales o secuencias que caracterizan una conducta, analizando los antecedentes y consecuentes que explican que la conducta se dé y se mantenga en el tiempo. El AF nos permite conocer exactamente qué ocurre (cuál es la conducta problemática: qué piensa, dice, hace, siente, o cómo reacciona la persona), en qué circunstancias contextuales (ante que estímulos o personas se da la conducta) ocurre la conducta y qué efectos o consecuencias tiene en el medio (que hacen los otros, qué beneficios o pérdidas reporta a la persona, cómo se siente después…). Pero no sólo es necesaria esta información, sino que para que el análisis del problema que trae a la persona a consulta sea realmente global y completo, es necesario estudiar una serie de Variables Disposicionales, que pese a no ser explicativas del problema, sí nos ayudan a comprender que el problema haya aparecido y se mantenga en el tiempo.
Las Variables Disposicionales aludirían a condiciones relativamente estables en la persona o en el ambiente que pueden precipitar un problema o hacer a la persona más vulnerable a caer en determinados comportamientos problema. Por ejemplo, si hay una situación de crisis en el país que está afectando a la economía de una familia, es posible que la presión a la que se estén viendo expuestos tanto el padre como la madre pueda favorecer la aparición de problemas de pareja o incluso derivar en problemas en el manejo de los hijos y la comunicación familiar. Otro ejemplo podría ser el de un adolescente hijo único que ha estado siempre acostumbrado a obtener todo de sus padres sin mucho esfuerzo y que cuando las cosas dejan de ser tan fáciles y exigen una implicación por su parte (ej. aprobar los estudios, tener dinero para salir o comprarse caprichos), no es capaz de persistir sin recibir la gratificación inmediata. Como vemos, este tipo de variables, como podrían ser las circunstancias del entorno (situación de crisis económica) o la historia de aprendizaje previa (haberse acostumbrado a recibir todo lo que se quiere en el momento en que se quiere) pueden favorecer el que en un momento dado, si se dan determinadas situaciones antecedentes y consecuentes (ej. un motivo que propicie una discusión de pareja, una conducta del hijo que moleste a los padres que ya estén de antemano alterados, no tener dinero para costearse los gastos y tener que trabajar para comprar algo que quieres…), se genere un problema o aparezca una dificultad.
La aparición de un problema psicológico pone de manifiesto que: 1) La persona carece de las habilidades de afrontamiento adecuadas, 2) que las demandas del medio exceden esas habilidades o bien, 3) que el uso que se está haciendo de las mismas es inadecuado para esa situación o problema concreto. Por ejemplo, una estrategia de “evitación” podría ser lo aconsejable en un caso de maltrato de pareja (irse del contexto problemático). En estos casos la víctima debe tratar de alejarse del maltratador, encargándose el psicólogo de dotarla de estrategias que le ayuden a romper el vínculo con esta persona. Esta misma estrategia sería totalmente inadecuada si lo que se pretende es superar un temor o una fobia, pues lo recomendable en estos casos es lograr que la persona afronte la situación temida, comprobando de esta manera que no ocurre aquello que se teme.
El AF pretende por tanto esclarecer cuáles son las secuencias en que se da una conducta problemática y qué procesos de aprendizaje subyacen a la misma (las leyes de aprendizaje implicadas). El AF sería de esta manera diferente para cada caso concreto, incluso en aquellos casos que responderían a una misma etiqueta (ej. Ansiedad, depresión…). En cada caso las respuestas que emite la persona (lo que hace, lo que piensa, cómo reacciona y cómo se siente física y emocionalmente) y que le generan malestar pueden variar, así como también varían los estímulos, personas o situaciones que generan esas respuestas o reacciones y las consecuencias que se derivan de todas esas respuestas. Este conjunto de estímulos antecedentes (A) - respuesta (R) - estímulos consecuentes (C) (Secuencias A-R-C) es lo que hará de cada caso único y lo que justifica intervenciones únicas y adaptadas a cada caso.
Lo anterior nos ayuda a entender también por qué cada caso de “Depresión”, “Ansiedad”, “Problema de Pareja” es único y el nombre que se le da funciona simplemente como una etiqueta que nos ayuda a resumir y a hacernos una idea de “por donde pueden ir los tiros”, pero no nos dice nada acerca de cuáles son los comportamientos problemáticos específicos de la persona (qué hace o qué no hace para estar mal, qué pensamientos está teniendo y cómo éstos están influyendo en su estado anímico y en su conducta…), y menos sobre cómo intervenir. Para comprender el problema en su totalidad y diseñar una intervención verdaderamente adaptada al problema concreto hay que recurrir al AF y desgranar la conducta en sus elementos constituyentes (Antecedentes, Respuesta, Consecuentes).
·         Los Antecedentes son estímulos que desencadenan una respuesta, bien de manera automática porque hemos asociado el estímulo a esa respuesta (ej. Ver a una persona que nos cae mal, nos puede poner de mal humor nada más verla y ese mal humor se plasmará probablemente en nuestro comportamiento con ella, a menos que hagamos algo para controlarlo), o bien porque hemos aprendido que si ante ciertos estímulos (ej. Ver a una madre de buen humor) realizamos ciertas acciones (ej. pedirle llegar más tarde el fin de semana), obtendremos ciertas consecuencias (ej. que nos deje). Las consecuencias pueden ser positivas (Refuerzos) o negativas (Castigos) y en función de ello, optaremos por repetir la conducta (si esta se ve reforzada) o no repetirla (si sabemos que ésta ha sido castigada y aprendemos que podrá volver a serlo en el futuro). Por ejemplo, si un hijo ha podido comprobar tras uno o varios intentos que cuando su madre está enfadada y la pide llegar más tarde, ésta se niega y por el contrario, cuando está de buen humor es más probable que acceda, el hijo aprende a discriminar ante qué situaciones (estímulos antecedentes) debe emitir la conducta (realizar la petición) y ante qué situaciones no.

·         Los Consecuentes de una conducta son, como la palabra indica, las consecuencias que se derivan de la emisión de la misma, y como acabamos de ser, pueden ser positivas (refuerzos) o negativas (castigos). Si una conducta se ve reforzada tenderá a repetirse y si se ve castigada, tenderá a extinguirse. Esto es así porque las personas aprendemos de las contingencias a que nos expone nuestro medio y que se derivan de nuestra conducta.
Del mismo modo que en el lenguaje, cada elemento cumple una función determinada en la construcción gramatical de la oración y ese papel viene precisamente determinado por las normas o leyes gramaticales, cuando se trata de la conducta, cualquier acción, pensamiento, emoción o reacción fisiológica, así como sus antecedentes y consecuentes, cumplen una función dentro de la secuencia de conducta y ese papel dependerá de los procesos de aprendizaje subyacentes a cada una de las conductas analizadas. Siguiendo esta idea, cuando hay un problema psicológico (problema comportamental), éste puede y debe ser analizado en las secuencias que lo componen. Imaginemos que una persona llega a consulta con un bajo estado anímico. La labor del psicólogo será esclarecer a qué se debe ese bajo estado anímico. La conclusión a la que el psicólogo llegue después de hacer la evaluación podría ser la siguiente: Se trata de una persona a la que le ha abandonado la pareja. A partir de ese abandono la persona no ha podido/sabido evitar que rondaran constantemente por su cabeza pensamientos relativos a qué ha fallado, qué ha hecho mal, así como recuerdos sobre los momentos bonitos pasados con la pareja. Estos pensamientos aparecían en muchos momentos del día de manera automática, pero además aparecían con gran frecuencia ante la presencia de estímulos que se habían asociado a la pareja durante el tiempo que duró la relación (ej. A la salida del trabajo por ser el momento en que se quedaba con la pareja, en aquellos lugares que se solía visitar con ésta, viendo la serie de tv que ambos veían juntos, cuando se está con amigos comunes…). La consecuencia de darle vueltas a estos pensamientos es una sensación de gran malestar y tristeza, que además puede ir acompañado de una reducción de las ganas de hacer cosas, de visitar los lugares y los amigos que se frecuentaban con la pareja y de realizar las actividades que se compartían con ésta. Al final todo se convierte en un bucle, porque la persona puede dejar de hacer cosas que le mantendrían distraído, teniendo así más tiempo para pensar en la pareja y en todo aquello que le genera tristeza. Puede terminar abandonando amistades comunes para evitar recordar a la pareja y dejar de hacer las cosas que se compartía con ella para dejar de pasarlo mal. Esto no sería negativo mientas que esos estímulos sean sustituidos por otros (salir con otros grupos, realizar otras actividades diferentes…). El problema vendría si se cae en la inactividad, porque ello acrecentaría ese malestar y el bajo estado de ánimo.
Como vemos en este ejemplo, existen unos antecedentes (estímulos relacionados con la pareja) que elicitan unos pensamientos negativos (recuerdos de la pareja, preguntas sobre qué ha fallado) que tienen como consecuencia la reducción de las ganas de hacer cosas y la sensación de tristeza. Este estado de tristeza puede a su vez convertirse en el antecedente para no realizar actividades, lo que a su vez tiene como contrapartida la pérdida de refuerzos y gratificaciones alternativas y tener más tiempo para pensar en la pérdida de la pareja. La persona así mismo puede optar por evitar aquellas situaciones que le recuerdan a la pareja con el fin de evitar la consecuencia negativa de pasarlo mal, pero en la medida en que no se busquen refuerzos alternativos y se trate de rehacer la vida al margen de la pareja, la semilla del problema está plantada. El psicólogo debe analizar todo esto para comprender ese bajo estado de ánimo y poner medios para modificarlo.
Para modificar conductas disfuncionales e instaurar conductas funcionales el psicólogo se sirve de las Técnicas de Modificación de Conducta, que están basadas en las mismas Leyes de Aprendizaje que subyacen a las secuencias que hemos estado viendo. Estas técnicas han sido avaladas empíricamente a través de investigación de laboratorio y la decisión de aplicar unas técnicas u otras dependerá precisamente del Análisis Funcional del problema, es decir, de cuáles sean los antecedentes, las respuestas y los consecuentes concretos.

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Lo Psicológico es “lo Aprendido” y lo aprendido es susceptible de ser modificado

miércoles, 24 de agosto de 2011

Lo Psicológico es “lo Aprendido” y lo aprendido es susceptible de ser modificado

En diversos post hemos definido La Psicología como disciplina que se ocupa del estudio científico del comportamiento humano (basándose para ello en estudios experimentales sobre el modo en que aprenden las personas y sobre las Leyes de Aprendizaje subyacentes a las diferentes conductas). Se ha reflexionado también sobre las diferencias entre la Psicología y otras disciplinas con las que ésta comparte intereses y objetivos de actuación (la persona como objeto de estudio y el incremento de la salud y el bienestar de las personas como diana de acción). En concreto, la Psicología se plantea como objeto de estudio la conducta/comportamiento de la persona, es decir, el modo en que ésta interactúa con su entorno o contexto y, en cuanto al objetivo de acción, lo que busca es siempre una modificación o cambio favorable en los comportamientos estudiados. El fin último es siempre lograr una mejor adaptación a su entorno, ya sea laboral, familiar, de pareja, escolar, social…
Como vemos, los ámbitos de intervención de los Psicólogos son muchos, puesto que el comportamiento está en todas partes, es decir, en todas las áreas de la vida, las personas nos comportamos o interactuamos con el entorno para adaptarnos a él. Ésta es la única manera posible en que se desarrolla la vida: a través de una interacción constante con los diferentes contextos en que participamos, con el objetivo último de adaptarnos a las diferentes situaciones que se nos plantean.
A lo largo de esta interacción y proceso de adaptación continuo que es la VIDA, vamos adquiriendo aprendizajes (patrones de comportamiento, incluyendo como tales los modos de hacer, decir, pensar…) que se van incorporando a nuestro “Repertorio Básico de Conductas”, que no es otra cosa que lo que podríamos denominar “nuestro bagaje vital”: son las maneras de hacer, pensar y reaccionar ante diversas circunstancias que se ha incorporado precisamente a partir del contacto o exposición previa a situaciones similares. Es por ello que cuando nos exponemos a una situación o pasamos por un determinado momento vital, no lo hacemos “en blanco”, sino con una historia de aprendizaje previa que puede influir en cómo interpretemos y actuemos ante los acontecimientos, en función de nuestra experiencia anterior y de si disponemos o no de estrategias de afrontamiento eficaces. Estas estrategias se habrían aprendido o no, a lo largo de esta historia de aprendizaje y su presencia, ausencia o mal uso de las mismas, puede derivar en la aparición de problemas psicológicos si confluyen ciertas circunstancias en la persona y el entorno.

Cuando hablamos de lo “psicológico” (es decir, cuando nos referimos a algo poniendo el adjetivo de “psicológico”), nos estamos refiriendo a que es “aprendido”. Cuando decimos que algo es “aprendido”, nos referimos a un cambio en el comportamiento que es producto o resultado de la experiencia (es decir, de la interacción del individuo con el entorno). Pero… ¿qué es lo “aprendido” en las personas?: En las personas lo aprendido es todo su Repertorio Básico de Conductas, toda su historia de aprendizaje, pues a excepción de unos pocos reflejos muy básicos, con los que venimos al mundo y que nos permiten iniciar ese proceso de interacción y adaptación al ambiente, el resto de conductas que vamos desarrollando e incorporando son aprendidas. En este sentido habría pocas cosas innatas (a excepción de este reducido patrón de reflejos) y el resto de lo que “somos”, vendría confeccionado por el tipo de experiencias de aprendizaje y de influencias y modelos de conducta que tengamos a lo largo del desarrollo.
Para llegar a lo que somos habrán jugado un papel fundamental las experiencias de aprendizaje por contacto directo con las situaciones y  estímulos y experiencias de aprendizaje indirecto, a través de la observación de la conducta de otros o de la información que otros nos transmiten (medios de comunicación, libros, película, otras personas…). No sería necesario pasar por todas las situaciones para aprender a actuar en ellas, porque somos capaces de imitar y generalizar conductas a situaciones similares sin tener que estar aprendiendo por la experiencia directa con todas ellas.
Hasta aquí podemos sacar varias cosas en claro:
1.       Los psicólogos estudiamos la conducta de las personas en interacción con su medio y si esta conducta favorece la adaptación y el bienestar de la persona (o por el contrario causa problemas).
2.       El comportamiento de las personas es aprendido y por ello la Psicología se ocupa de “lo aprendido”, para en caso de ser necesario, modificarlo.
3.       Lo aprendido, en tanto que no es innato sino que ha sido desarrollado e incorporado al repertorio de conducta en algún momento de la vida, puede ser modificado.
4.       El objetivo último que perseguimos los psicólogos es intervenir en el comportamiento/conducta de las personas para favorecer la adaptación a los contextos en que participe (social, laboral, académico, familiar, de pareja…).
Puesto que son muchos los contextos en los que las personas participamos y en los que puede ser relevante introducir modificaciones en la conducta (ej. aumentar el rendimiento laboral o académico, mejorar la comunicación y el trabajo en grupo en un departamento empresarial o en un aula, mejorar los problemas sexuales de una pareja, enseñar a unos padres a establecer límites a sus hijos de una manera adecuada…), son también muchas las especialidades o áreas en las que el psicólogo puede desarrollar sus funciones (formación, recursos humanos, intervención clínica, el contexto educativo, investigación…). De todos ellos, vamos a centrarnos en el ámbito clínico.
El Psicólogo Clínico se propone como objetivo mejorar el bienestar de las personas, ayudándolas a solucionar sus problemas psicológicos. Un Problema Psicológico es aquel problema que emerge en la interacción de la persona con su medio, imposibilitando una correcta adaptación y causándole malestar. Los problemas psicológicos afectan al individuo en su totalidad y a la forma de adaptarse e interactuar con su medio. Su aparición depende de la existencia o no de habilidades psicológicas de afrontamiento en el repertorio del sujeto y de que se haga o no un uso adecuado de ellas (ej. habría estrategias que podrían ser adecuadas ante ciertas situaciones o problemas pero inadecuadas ante otros). Una estrategia de afrontamiento usada de manera inadecuada o ante situaciones inadecuadas podría ayudar a incrementar el problema o convertirse en sí misma en el problema (ej. evitar las cosas que nos dan miedo puede ser ventajoso a corto plazo pero contribuir al incremento del miedo a medio/largo plazo si esto nos impide exponernos a las situaciones temidas, pues el miedo se irá perpetuando). Para que algo sea considerado un problema psicológico debe ser identificado como tal por la persona o por su entorno, no obstante, hasta que no es el propio individuo el que lo reconoce como problemático y busca ayuda psicológica, no se convierte en un “Problema Clínico”, que pueda ser objeto de intervención. Si la persona no detecta un comportamiento como problemático, difícilmente se planteará cambiarlo y hará los esfuerzos necesarios para ello. En ocasiones son terceras personas las que detectan el problema en otro y acuden a consulta (este es el caso de niños y adolescentes, en que los demandantes de intervención suelen ser los padres). En estos casos la intervención podría realizarse a través de estas personas, siempre y cuando fuera posible, aunque teniendo en cuenta que los logros pueden ser limitados.
¿En qué se basa la Intervención Psicológica?
El Tratamiento Psicológico parte del supuesto de que toda conducta, tanto la problemática como la adaptativa, es aprendida en base a los mismos principios o Leyes de Aprendizaje, y por tanto, también puede ser modificada o desaprendida en base a dichos principios. Es importante tener en cuenta que las diferencias entre conducta adaptada y desadaptada son de grado (cuantitativas: intensidad, frecuencia, latencia… de la conducta). La conducta es un continuo y los extremos pueden ser disfuncionales.
Para que la intervención y el cambio sea posible, habría que: 1) Primero describir, analizar y explicar las conductas problemáticas encontrando aquellos elementos o variables que participan en el mantenimiento de dichos problemas (los antecedentes y consecuentes de las conductas inadecuadas), lo que supone realizar lo que se denomina “Análisis Funcional” de la conducta; para 2) En segundo lugar, introducir modificaciones a través de la alteración de dichas contingencias antecedentes y consecuentes, lo que es posible mediante el uso de las Técnicas de Intervención Psicológica.
El psicólogo estudia la conducta como interacción entre el sujeto y su entorno e interviene en los elementos relevantes que participan en dicha interacción, tanto en los que aumentan la probabilidad o favorecen que ciertos comportamientos se den (aunque no son la causa de que aparezcan y se mantengan), como en los que explican que dichos comportamientos aparezcan y se mantengan. A las primeras las denominamos “Variables Disposicionales”, porque predisponen a ciertas conductas (ej. ser un adolescente aumenta la probabilidad de caer en el consumo de drogas, pero no explica que un adolescente consuma o no, ya que aunque es un factor de vulnerabilidad, no todos los adolescentes consumen); a las segundas las denominamos “Variables Funcionales” porque tienen una influencia directa y causal en la conducta, siendo las que explican que ciertos comportamientos se den y se mantengan o por el contrario, desaparezcan (ej. el tener droga disponible y que un amigo la ofrezca persuadiéndote de sus efectos positivos puede ser el detonante para un primer consumo, así mismo, experimentar sensaciones positivas y aprobación social puede explicar que en situaciones similares en que la droga vuelva a estar disponible, se repita el consumo). Como vemos, ambas variables son diferentes: las “Variables Disposicionales” hacen referencia a características o condiciones de la persona o del ambiente más o menos estables (ej. la edad de una persona, las características de su contexto laboral o social, la presencia o no de algún tipo de problema físico, la existencia o no en su repertorio de habilidades de afrontamiento…) y las “Variables Funcionales” hacen referencia al papel que juegan diversos elementos de la situación como estímulo antecedente o de estímulo consecuente (ej. el que aparezca un estímulo que elicita una emoción o evoca un comportamiento que de darse obtendrá unas consecuencias, consecuencias positivas o negativas derivadas de una conducta…). En cuanto a las Variables Funcionales, la investigación psicológica demuestra que aquellas conductas que van seguidas de consecuencias positivas (“refuerzo”) tenderán a repetirse y aquellas que van seguidas de consecuencias negativas (“castigo”) tenderán a desaparecer. Las personas aprendemos que ante una situación antecedente, si emitimos cierto comportamiento, éste tendrá unas consecuencias. En base a estos aprendizajes nos desenvolvemos en nuestro entorno, pudiendo generalizar a otros contextos, incorporar conductas nuevas a nuestro repertorio y modificar las ya existentes.
Los Psicólogos Clínicos para el desarrollo de su labor hacen uso de dos tipos de conocimiento:
1.       Un conocimiento teórico sobre las Leyes de Aprendizaje.
2.       Un conocimiento práctico o aplicado, sobre la tecnología que hace posible cambio: Las Técnicas de Intervención Psicológica (o Técnicas de  Modificación de Conducta)
Por tanto, el papel del Psicólogo Clínico cuando acude una persona a su consulta será:
1)      Describir, explicar y predecir la conducta utilizando para ello el Análisis Funcional: Herramienta característica del psicólogo que permite establecer las relaciones funcionales de una conducta con los elementos antecedentes y consecuentes que la explican.
2)      Modificar conductas disfuncionales e instaurar conductas funcionales utilizando para ello las Técnicas de Modificación de Conducta, que están basadas en las Leyes de Aprendizaje y han sido avaladas empíricamente a través de investigación de laboratorio. El psicólogo tomará la decisión de aplicar unas técnicas u otras precisamente en función de cuál sea su Análisis Funcional del problema.

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martes, 23 de agosto de 2011

“No me apetece”: Relación entre nivel de actividad y bajo estado anímico

El estado anímico tiene una relación directa con el nivel de actividad. Cuando estamos bajos de ánimo y seguimos manteniéndonos activos, saliendo y realizando actividades que distraen nuestra atención respecto de aquello que nos ha generado o está generando ese bajo estado anímico (ej. problemas laborales, una discusión de pareja, la muerte de un ser querido…), probablemente nuestro estado de ánimo mejore, o al menos no se torne más negativo. No obstante, nos encontramos que el estado de ánimo también tiene una influencia directa sobre las “ganas” que tenemos de hacer cosas.
Cuando nos encontramos tristes o bajos de ánimo, es probable que no nos apetezca hacer muchas de las cosas que hacemos habitualmente (quedar con amigos, salir a tomar algo, ver una peli que nos gusta, ir al gimnasio, llamar por teléfono a un amigo…), e incluso si el malestar anímico es muy intenso, llegando hasta el grado de lo que comúnmente denominamos “Depresión”, puede que lleguemos a no tener ganas ni de arreglarnos, levantarnos de la cama, salir a hacer la compra o realizar aquellas actividades de autocuidado más básicas.
De manera contraria, cuando realizamos actividades que nos resultan gratificantes y nos exponen a estímulos positivos (ya sean de tipo social o material), nuestro estado anímico inevitablemente se incrementará una vez superado el coste inicial del esfuerzo que supone iniciar la actividad. El problema que existe cuando hay un bajo estado anímico es que la realización de cualquier actividad supone un esfuerzo enorme para la persona y éste esfuerzo será mayor cuanto peor sea el estado de ánimo y cuanto mayor sea la ruptura con la rutina de vida, pues a mayor abandono de actividades, más costará volver a retomarlas. Cuando una persona está mal, la anticipación del esfuerzo que conllevará realizar cualquier actividad juega un papel determinante en la decisión de iniciar o no la actividad. Si logramos movilizarnos y romper esas barreras previas, lograremos ir dando pasos hacia la mejora del estado de ánimo. Es posible que las primeras veces que nos pongamos a hacer cosas, este empujón cueste, pero si persistimos en mantenernos activos, poco a poco iremos exponiéndonos a los resultados gratificantes de la actividad, además de mantenernos entretenidos y distraídos respecto a la fuente de malestar. De otro modo, lo único que lograremos es introducirnos en una espiral de intensificación del malestar, encerrándonos de esta manera en nuestros propios pensamientos negativos que sólo retroalimentan ese malestar, manteniendo con todo esto el statu quo. Es este el proceso por el que el “no me apetece” se termina convirtiendo en la justificación para no hacer (ya que llega un momento en el que parece que uno no dispone de las fuerzas o ganas necesarias para hacer cosas), cuando en realidad es precisamente la causa del problema.

El antídoto para estar mal es mantenerse activo
A uno no le apetece hacer cosas precisamente porque ha dejado de hacerlas, y en la medida en que persista en ese estado de dejadez y de evitación de la actividad, la consecuencia será que cada vez apetecerá menos y se tendrá menos ganas, lo que de nuevo, a modo de espiral, viene a favorecer el uso del “no me apetece”, “no tengo ganas”, “no tengo fuerzas” como justificación para mantener esa situación de inmovilismo. Por el contrario, cuando hacemos cosas nos encontramos bien, o al menos, nos encontramos menos mal, aunque sólo sea porque estamos distraídos respecto de aquellos elementos (situaciones, personas, problemas, pensamientos) que nos generan malestar. Además, si estamos activos, no perderemos esos hábitos y no caeremos en la situación de inactividad que explica que retomar la actividad cueste tanto. La “cura” para el bajo estado de ánimo es tratar de mantenerse activo. De esta manera, más pronto que tarde, el estado de ánimo se incrementará y se logrará superar la situación que ha generado ese estado emocional. Es cierto que el mantenerse activo no lo es todo (ojalá la intervención de los problemas del estado de ánimo fuera tan fácil) y en muchas ocasiones será necesario dotar a la persona de otras estrategias que le permitan superar el problema inicial (enseñar a cortar los pensamientos negativos, enseñar estrategias de resolución de problemas que permitan a la persona enfrentarse a la situación problema de un modo más adecuado y resolverla, enseñar una manera más racional y menos dañina de interpretar la realidad…).
Los problemas del estado de ánimo no se pueden trivializar pues además de ser de los más frecuentes en la población (según datos de la OMS, 1 de cada 6 personas sufrirá Depresión a lo largo de la vida, siendo estos problemas actualmente la 3ª causa de discapacidad en el mundo occidental, con vistas a convertirse en la 2ª en 2020; de igual modo estudios realizados en España y en Reino unido establecen que la depresión es la principal causa de consulta psicológica tanto en Salud Mental como en Atención Primaria), generan a las personas un sufrimiento y malestar real, con muchas repercusiones en otras áreas de su vida (lo que a su vez puede agravar el problema de base), y en muchas ocasiones, la persona no sabe cómo afrontarlos, pues hasta el momento, por sí misma, con los recursos de que dispone no ha sido capaz.

Estar inactivo perpetúa el bajo estado anímico
Veamos más detenidamente cuál es el proceso por el que la Causa (dejar de hacer cosas) se convierte en la “justificación” que precisamente perpetúa el seguir sin hacer cosas, agravando un problema de bajo estado anímico:
1.       El bajo estado de ánimo suele tener una consecuencia directa en la conducta: Reducción de las ganas de hacer cosas y por consiguiente, disminución del nivel de actividad.
2.       La reducción del nivel de actividad a su vez tiene otra consecuencia directa: Pérdida de refuerzos y de estímulos distractores al reducirse la exposición a estimulación gratificante y que compita con la estimulación negativa que retroalimenta el malestar.
3.       El dejar de hacer cosas cumple una función a corto plazo: Evitar el esfuerzo y el coste que supone una actividad en un momento en que las ganas y las energías flaquean (cuando nos encontramos bajos de ánimo). Ante esas condiciones, la decisión de quedarse en casa y renunciar a un plan con los amigos, no ir al gimnasio… resulta más ventajoso.
4.       Las consecuencias de la inactividad a medio y largo plazo son negativas:

·         Aumenta la probabilidad de aparición de pensamientos negativos (al no estar distraído en otra actividad), cuyo efecto es la retroalimentación el malestar.
·         Ruptura cada vez mayor con nuestra rutina de vida (se puede empezar dejando de salir con los amigos, y si el problema es serio, se puede terminar descuidando el aseo personal o incluso no teniendo ganas de levantarse de la cama), lo que: 1) Reduce la probabilidad de acceder a estimulación reforzante y 2) Nos expone a un mayor grado de estimulación negativa (pensamientos, imágenes…), por el hecho de tener menos estímulos distractores y positivos, al haber restringido el nivel de actividad, lo que permite tener más tiempo para elaborar y dar vueltas a todas las circunstancias negativas que van a favorecer ese malestar y tristeza.
Este proceso a través del cual empezamos a dejar de hacer cosas “porque no estamos de humor” o “no nos sentimos con ganas ni fuerzas” es lo que explicaría que una persona pueda desarrollar un “cuadro depresivo” o un Trastorno del Estado de Ánimo.
Un problema del estado anímico bajo o una depresión (como la expresión más severa del primero) no aparece porque sí, ni le sobreviene a la persona como si de un virus o una picadura de mosquito se tratase. No se trata de una condición que “habite” en la persona o en su cerebro, sino que se sitúa o emerge de su contexto, desarrollándose a partir de las circunstancias de vida de la persona, siendo clave para que aparezca un problema del estado de ánimo y no un mero estado de tristeza pasajero, el afrontamiento que la persona realice.
Como venimos viendo, si la persona opta por sucumbir al desánimo, cayendo en la inactividad, es probable que su malestar no sólo persista en el tiempo, sino que se incremente. Cada vez va a ser más costoso iniciar actividades, convirtiéndose aquello que es la causa del bajo estado de ánimo (el haber roto con la rutina de vida y con los contactos sociales), en lo que justifica mantener la inactividad y perpetuar el statu quo: “No hago nada porque estoy mal” ßà “Estoy mal porque no hago nada”.

“Las ganas no nacen, se hacen”
Si esperamos que las ganas surjan solas, éstas no sólo no aparecerán de manera espontánea, sino que la espiral de emoción negativa continuará agravándose hasta que la propia persona ponga medios para cortarlo. En este sentido, es importante tener claro que “Las ganas no nacen, se hacen”. Esta elocuente afirmación es una de las claves más importantes para superar el bajo estado anímico (y los procesos depresivos) y el principal antídoto para caer en él. Lo que esta afirmación viene a plasmar es la idea de que hay que activar a la persona “triste” o “deprimida” para que deje de estarlo y no tratar de esperar a que esté de humor para que vuelva a retomar su vida.
El objetivo de intervención sería ayudar a la persona a rehacer su vida, haciendo cosas pese a que aún se encuentre triste, pesimista y desganada, tratando de volver a exponerla a contingencias y estímulos ambientales reforzantes, que puedan volver a generarle las emociones positivas que antes le generaban. Esto es lo que pretenden estrategias como los “Programas de Actividades Reforzantes” o la “Activación Conductual”, que han demostrado una eficacia a largo plazo incluso mayor que los psicofármacos en casos de depresión severa.
Parece algo sencillo, pero en la práctica, activar a una persona que no tiene ganas de hacerlo es una tarea difícil. De entrada, debemos contar con que si el estado de ánimo es muy bajo, iniciar cualquier actividad será muy costoso y pretender que la persona vaya a disfrutar haciendo cosas desde el principio es demasiado optimista. Los psicólogos, familiares y sobre todo la propia persona que tiene el problema debemos contar con que el proceso de cambio es lento y que al principio el objetivo no va a ser que la persona disfrute  (si lo hace, mejor), sino que simplemente empiece a hacer cosas poco a poco. El nivel de exigencia del programa se adaptará a las características de cada caso. Si al principio la persona sólo es capaz de salir a dar una vuelta de 5 minutos, eso es lo que se marcará como objetivo diario, para poder ir incrementando la exigencia hasta recuperar todas aquellas actividades que resultaban gratificantes pero había abandonado. Una vez superado ese Primer Nivel (“Hacer por hacer”), se pasaría al Segundo Nivel: Buscar gratificación en la actividad que se hace. Este proceso en general se dará de manera espontánea en la medida en que casa vez el coste de iniciar la actividad sea menor y la balanza se pueda inclinar del lado del disfrute. A esto ayudará el pedir a la persona una lista de actividades gratificantes con las que solía disfrutar o que le gustaría incorporar a su vida.
Al margen de todo lo anterior, la persona tiene que tener claro que el “no me apetece” y “el no tengo ganas” no debe ser una justificación para no hacer cosas, pues esto es en realidad lo que explica el mantenimiento del problema y del bajo estado anímico.
Habrá muchas circunstancias de nuestro entorno que no podamos controlar y muchas de ellas serán negativas, pero lo que sí podemos controlar es nuestra conducta y el afrontamiento que hagamos de las circunstancias. Las estrategias de afrontamiento que elijamos van a determinar la evolución de los acontecimientos y si todo esto deriva en un problema psicológico o no.

Referencias:
Randomized Trial of Behaviorial Activation, Cognitive Therapy, and Antidepressant Medication in the Acute Treatment of Adult. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 74 (4), 658-670. En este estudio se pueden consultar conclusiones que apoyan lo apuntado en este post. Una de las conclusiones más interesantes demuestra que los pensamientos negativos y el humor se pueden modificar como resultado de la activación conductual y además esta estrategia ha demostrado ser una alternativa sólida a la medicación (tratamiento de preferencia hoy por hoy para estos problemas) y no tiene los efectos secundarios de ésta. Esto proporciona un argumento potente a favor de la desmedicalización de la depresión y otros problemas del estado de ánimo (aunque puede constituir un apoyo consumida de manera temporal y en casos extremos que deben ser valorados).
Informe sobre depresión (The Depression Report – A new deal for Depression and Anxiety Disrorders): En este informe aparecen los datos obtenidos en 2006 en Reino Unido sobre las cifras de depresión y otros trastornos psicológicos, coste económico del tratamiento, así como la falta de tratamiento adecuado que encuentran estos problemas en Atención Primaria.