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viernes, 21 de octubre de 2011
miércoles, 19 de octubre de 2011
Jugar es aprender
Se corre el riesgo de considerar que porque el juego está relacionado con el tiempo libre y se trata de una actividad lúdica, la inversión de tiempo en este tipo de actividades resulta improductiva. Por el contrario, el juego ha demostrado ser de gran importancia para el desarrollo de los niños, como defiende el Informe “Juego, Juguete y Salud” de la Fundación Crecer Jugando.
El juego simbólico (en el que se simulan situaciones y se representan papeles) es una actividad lúdica a través de la cual el niño puede poner en marcha muchos procesos de aprendizaje por medio de la representación de situaciones de la vida cotidiana y del mundo que le rodea. A través de este tipo de juego se puede aprender por imitación comportamientos que ha observado en otros modelos de conducta (como pueden ser los padres, otros adultos o sus propios iguales). Así mismo, en los juegos se pueden representar situaciones que obligan a los pequeños a generar e interpretar nuevos roles, a buscar soluciones para las situaciones que ellos mismos plantean, a ponerse en la situación del otro y a desarrollar habilidades sociales y emocionales (sobre todo cuando el juego es compartido)… En definitiva, los momentos de juego simbólico abren al niño la posibilidad de adquirir un gran número de habilidades de manera espontánea y económica (en la mayoría de ocasiones con pocas cosas basta para que el niño dé rienda suelta a su imaginación), sin tener que experimentar directamente todas las situaciones que en el juego simbólico se pueden simular.
Los Beneficios del juego para el desarrollo de los niños
Como vemos, “El Juego” es una actividad importante en el proceso de desarrollo, pues además de proporcionar momentos de placer y satisfacción para los niños (pues es algo que les expone a emociones positivas y a estímulos gratificantes), supone, como hemos visto, una vía para aprender estrategias de gestión de conflictos, una manera de ensayar habilidades de comunicación y resolución de problemas, una buena forma de liberar tensiones, una oportunidad para afrontar miedos de una manera más fácil… Y todo este conjunto de comportamientos pasarán a formar parte de su repertorio de conductas y podrán ser aplicadas posteriormente en la vida real. Es además uno de los mejores modos de empezar a tomar contacto con el mundo que rodea al niño y experimentar la realidad desde las edades más tempranas.
Está claro que no todos los juegos son de carácter simbólico, ni todos permiten el desarrollo de las mismas habilidades o capacidades, pero es importante entender que los momentos de juego son importantes para la maduración y el aprendizaje de los niños y hay que preservarlos. Prácticamente todos los juegos y todas las actividades lúdicas tienen aspectos positivos (siempre y cuando se establezcan las condiciones y límites adecuados para su uso y práctica) y permitirán generar situaciones para el aprendizaje de múltiples estrategias y habilidades (cognitivas, sociales, emocionales, motoras…
Como establece la OMS (Organización Mundial de la Salud), “la salud es un estado completo de bienestar físico, mental y social” y no la mera ausencia de enfermedad. En el caso de los niños, ese bienestar pasa, sin duda, por la preservación de momentos de carácter lúdico y distendido más allá de la mera actividad académica y “productiva”. Aunque si tenemos en cuenta todo lo aquí tratado, nos podemos dar cuenta de que el juego, lejos de ser una actividad “improductiva”, es productiva y mucho…
Referencias:
Puede encontrarse el Informe “Juego, juguete y salud”. Fundación Crecer Jugando. 2007, haciendo click aquí
En la web de la Fundación Crecer Jugando pueden encontrarse otros documentos de interés y una gran base de datos de juegos y juguetes clasificados por edades, tipología y valor educativo (Ludomecum)
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lunes, 17 de octubre de 2011
Reducir la Migraña a través del ejercicio físico
“El ejercicio puede prevenir las migrañas igual de bien que los fármacos y las técnicas de relajación”, esta es la conclusión a la que ha llegado un estudio realizado por la Universidad de Gotemburgo (Suecia), dirigido por Emma Varkey.
Para el estudio se contó con la participación de 91 personas afectadas de migraña, que fueron seguidos durante tres meses. Los participantes fueron divididos aleatoriamente en tres condiciones experimentales: 1) A un tercio de los pacientes se les pidió que realizaran 40 minutos de ejercicio tres veces por semana, 2) A otro tercio se les pidió poner en marcha técnicas de relajación y 3) Al último tercio de participantes se les administró Topiramato, fármaco de referencia para el tratamiento de este tipo de problemas. Una vez terminada la intervención (de tres meses de duración) se establecieron sesiones de seguimiento que tuvieron lugar a los tres meses y a los seis meses de la finalización de la intervención, con el fin de corroborar el mantenimiento de los resultados.
La investigación permitió concluir que los tres tipos de intervenciones tuvieron un efecto reductor sobre la Migraña, mostrándose las tres alternativas igual de efectivas a medio y largo plazo. No obstante, lo más relevante de estos hallazgos es que estrategias como las técnicas de relajación y la realización de ejercicio físico, que no son tan invasivas como la toma de un fármaco, resultan eficaces para prevenir y reducir los episodios de migraña. Esto constituye una muestra más de cómo a través de nuestra conducta podemos introducir cambios en nuestro organismo, en nuestra salud y en nuestra calidad de vida. El ejercicio físico (así como el uso de técnicas de relajación) puede ser particularmente adecuado en aquellos casos en los que la persona no desea o no puede tomar los fármacos recetados.
¿Por qué resulta beneficioso para la Migraña el ejercicio físico?
La explicación se encuentra en los cambios neuroquímicos que suceden en nuestro cerebro como consecuencia de la realización de deporte. El hecho es que cuando realizamos actividad física y alcanzamos un ritmo cardíaco elevado, nuestro cerebro segrega una serie de neurotransmisores (elementos químicos), denominados Endorfinas, que tienen propiedades analgésicas, además de ser capaces de producir sensaciones intensas de bienestar y placer. El ejercicio físico permite activar los centros del cerebro responsables de las sensaciones de placer y de la analgesia de una manera menos nociva que a través de fármacos y drogas. Por poner un ejemplo, estos mismos centros también se activan cuando se consumen drogas opiáceas como el cannabis. Si bien, mientras que el consumo de estas drogas tienen efectos secundarios negativos, el ejercicio físico realizado con moderación y de manera adecuada, no sólo no los tiene, sino que además tiene beneficios asociados.
El Dr. Robert Duarte (director del Centro del Dolor del Sistema de Salud Judío North Shore-Long Island en Manhasset, Nueva York), muestra su apoyo a las conclusiones del estudio anteriormente citado y apoyándose en los efectos relajantes del ejercicio hace la siguiente recomendación: “Se debe aconsejar firmemente a los pacientes de migrañas que introduzcan un programa de ejercicio como parte de su programa de prevención de las migrañas".
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martes, 11 de octubre de 2011
El coste de no invertir en Salud Mental
El 10 de octubre, se ha celebrado el día de la Salud Mental y como ya se introdujo en una entrada anterior, este año la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha querido poner énfasis en la inversión en prevención y tratamiento. Esto tiene aún más sentido en la época de crisis en la que nos encontramos inmersos, pues en lo relativo a la salud mental, mayor inversión se traduce en menor coste económico y por tanto en mayor ahorro para los países. No obstante, en países como España aún falta realizar ese cambio de mentalidad, para llevar a la práctica aquellas medidas que permitirían dar una atención mejorada a los problemas de salud mental, reduciendo así el coste económico que a largo plazo se deriva de una intervención deficitaria.
Los expertos nos ponen al corriente de el estado de la situación, quejándose de que si bien es cierto que se ha producido una mejora importantísima en el abordaje y la concepción de los trastornos mentales (pasando de los internamientos psiquiátricos a los tratammientos ambulatorios en Unidades Mentales, y del aislamiento del afectado a la integración en la sociedad), aún quedan muchos pasos que dar para lograr una intervención óptima que iría a favor de todos: De la sociedad por el ahorro que supondría y de las personas afectadas (familiares y pacientes), que verían mejorada su situación y su calidad de vida.
José María Sánchez Monge, presidente de FEAFES (Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental) se queja de que los recortes presupuestarios que están teniendo lugar pueden afectar seriemente la atención en salud mental. El problema radica en que cuanto más recortes, peores y menores servicios y menos personas podrán beneficiarse de ellos. Además, se corre el riesgo de que al reducirse precisamente el número de servicios, obligatoriamente se tenga que cambiar de un modelo de atención ambulatoria y continuada a un modelo centrado en la atención a las emergencias. Caer en este segundo modelo de intervención supondría descuidar, como Sánchez Monge dice, “aspectos considerados a veces "secundarios", pero que resultan indispensables, como son la prevención, la atención domiciliaria o la integración social”.
El riesgo que se corre al trabajar en función de un modelo de emergencia es llegar a lo que se llama “Síndrome de la puerta giratoria”, en referencia a pacientes que no dejan de salir de un ingreso hospitalario para volver a entrar. Este fenómeno es favorecido cuando no se ha ofrecido previamente una atención ambulatoria adecuada, de forma que precisamente se prevenga ese primer ingreso, permitiendo a la persona llevar una vida más o menos estable e integrada en sociedad. Cuando ya se produce un internamiento hospitalario por trastorno mental, la situación es más difícil de abordar (aunque no imposible) y genera mayor coste económico y mayor sufrimiento para el afectado y su familia. Lo más alarmante es que esta situación ya se empieza a detectar en algunas Comunidades Autónomas.
Los expertos e implicados reclaman no solo una mejora en la intervención, sino una extensión mayor de la misma, para que todo el que lo necesite pueda recurrir a ella. Defienden que no sólo se trata de un derecho fundamental, sino que además, la atención continuada dentro de la comunidad (a través de Centros de Salud Mental, Centros de Día, Centros de Rehabilitación Psciosocial…) resulta más económica a corto, medio y largo plazo que la limitada simplemente a "solucionar las crisis" (modelo de emergencia). Esto viene apoyado por datos como los proporcionados por la OMS, que a través de la puesta a prueba de diferentes programas ha constatado que al garantizar una atención continuada a las personas con enfermedad mental dentro de su comunidad, se reduce considerablemente el número de ingresos hospitalarios.
Los ingresos en hospital son la parte más costosa de todo tratamiento y al proporcionar una intervención continuada no sólo se estarían previniendo, sino que además se favorece que la persona goce cada vez de mayor autonomía y requiera menos servicios, convirtiéndose de esta forma en un ciudadano más activo e integrado, reduiéndo al mínimo posible la incapacidad que produce y el estigma social asociado.
La idea es que cada euro invertido en prevención serán euros ahorrados en el futuro, pues la detección e intervención temprana evita que el problema se agrave y permite tratamientos más cortos y eficaces, de manera que la persona no llegue a deteriorarse tanto en todos los sentidos, ni tampoco lo haga la familia.
En el sistema de salud de Reino Unido encontramos un buen modelo a seguir. Ya hace años (2006-2007) se plantearon el hecho de invertir en salud mental e incrementar el acceso a servicios de este tipo de manera rápida y generalizada. Así incorporaron la intervención psicológica en los servicios de Atención Primaria. Las razones eran las siguientes: Los costes económicos que suponía al Gobierno británico la falta de tratamiento de los trastornos mentales era de unos 17.500 millones de euros, relacionadas con la inactividad de las personas que se encuentran de baja y/o el pago de pensiones por incapacidad, los costes de los ingresos…; mientras que la puesta en marcha los dispositivos de terapia adecuados, suponía únicamente un coste de unos 900 millones de euros. De estos datos el Gobierno británico concluyó que las pérdidas por la falta de tratamiento adecuado de estas problemáticas, superaban las inversiones que debería llevar a cabo para poner en marcha los servicios de intervención adecuados. Las acciones emprendidas fueron lógicas: Mejorar los servicios de salud para dar soporte a las necesidades de la salud mental. En estos últimos años, los resultados han sido muy favorables, por lo que la inversión se sigue manteniendo.
En España por el contrario, pasa algo muy distinto, si bien existen leyes y acuerdos que bien podrían dar respuesta a las necesidades actuales en Salud Mental, estas no se aplican. Como explica Sánchez Monge, “En España no hace falta pensar en más leyes ni acuerdos, basta con terminar de cumplir los ya aprobados” y cita varios ejemplos: La Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud (documento consensuado por todas las Comunidades Autónomas), supone una excelente guía para todas las actuaciones en este ámbito. Por su parte, La Ley de Autonomía Personal, si se desarrollara adecuadamente, permitiría a las personas con discapacidad resultante de una enfermedad mental integrarse mejor en la sociedad, en lugar de meramente recibir una atención paliativa.
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lunes, 10 de octubre de 2011
Día Mundial de la Salud Mental
Hoy, 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, este año bajo el lema “Invirtamos en salud mental”. Como explica la OMS (Organización Mundial de la Salud), el objetivo de estas celebraciones anuales es sensibilizar a la población acerca de los problemas de salud mental. Estos problemas, pese a ser de carácter psicológico, tienen en muchos casos repercusiones físicas y afectan a la salud, al bienestar y a la calidad de vida global del individuo. No obstante, reciben desde hace años mucha menos atención e inversión económica que otro tipo de problemáticas y enfermedades.
Con el lema de este año se busca promover la inversión en servicios de prevención, sensibilización y tratamiento, ya que los recursos económicos y humanos que se asignan a la salud mental están demostrando ser insuficientes, especialmente en los países con recursos escasos. Según cifras de esta organización, la mayoría de los países de ingresos bajos y medios dedican menos del dos por ciento de su presupuesto sanitario a la salud mental. Esto tiene como consecuencia una falta de tratamiento de los trastornos psicológicos y neurológicos.
Según la OMS, los trastornos mentales afectarán a una de cada cuatro personas adultas a lo largo de su vida en todo el mundo. Concretamente en España, entre el 2,5 y el 3% de la población tiene una enfermedad mental grave, (más de un millón de personas). Pese a estas cifras, la mayoría de los países no cuentan con el número de especialista adecuados para intervenir en estos problemas, lo que provoca que sólo una parte de la población tenga acceso a estos servicios, lo que por otro lado, supone una vulneración del derecho de toda persona a recibir asistencia sanitaria y un apoyo social adecuado.
La OMS concluye que hay que aumentar la inversión en salud mental y dirigir los recursos disponibles hacia servicios más eficaces. No obstante, esto implicaría realizar muchos cambios en la organización actual de los Servicios de Salud Mental. En España, la asistencia de este tipo de problemas se proporciona desde los servicios especializados: Los Centros de Salud Mental. A los cuales sólo se puede acceder previo paso y recomendación del médico de Atención Primaria. No obstante, en Atención Primaria no se proporciona ningún tipo de intervención, más allá de alguna medicación, en ciertas ocasiones, lo que es un recurso paliativo, que en la mayoría de ocasiones ayuda, pero no resuelve el problema. De esta manera aquellos que salen de la consulta de AP ya medicados, no tienen la posibilidad de recibir un apoyo de tipo psicológico que les ayude a solventar las dificultades que han ocasionado el problema (a menos que lo busquen fuera de la Sanidad Pública); por otro lado, aquellos que sí logran una derivación, se encuentran con los servicios de Salud Mental totalmente colapsados, con listas de espera de semanas y con la imposibilidad de recibir un tratamiento y seguimiento adecuado.
Esta situación en la especialidad de salud mental obliga a que las intervenciones dentro de este servicio no tengan la calidad y los resultados que deberían tener. A esto se une el hecho de que en este tipo de servicios el número de psicólogos sea muy reducido (claramente superado por el número de psiquiatras). El estatus de la cuestión determina que la mayoría de personas que acuden a estos centros reciban un tratamiento psiquiátrico (una medicación), pese a que en muchas ocasiones su problemática requeriría más bien de una intervención psicológica que ayudase a la persona a adquirir los recursos para afrontar su situación vital (y que esta no se perpetúe). Lo que ocurre es que la intervención psiquiátrica resulta más cómoda y rápida a corto plazo (aunque no a largo plazo, como ha sido demostrado, ya que no solventa la “raíz” de los problemas que llevan a la persona a buscar tratamiento, lo que perpetúa dicho estado y a la larga repercute en mayor gasto para la sanidad.), ya que a la persona se le proporciona una pastilla en función de sus síntomas y al cabo de un tiempo se le cita para revisar la situación. De este modo ya no puede haber queja de falta de intervención, pero el problema radica en que dicha intervención no es la más adecuada.
Recetar una pastilla es mucho más rápido que iniciar una intervención psicológica, que exige en primer lugar una buena evaluación con la persona tanto de lo que le ocurre como de las condiciones de vida que circunscriben el problema y en segundo lugar, un trabajo activo de la persona con el objetivo de superar su problema. La intervención psicológica parece por todo esto más costosa, pero los datos avalan que ha demostrado ser a la larga más efectiva. Por ejemplo, según el informe presentado hace tres años por el Grupo de Política de Salud Mental del Centro de Actuaciones Económicas de la Escuela de Economía de Londres (The Centre for Economic Performance’s Mental Health Policy Group, London School of Economics), la intervención psicológica debería ofertarse a todas las personas que tienen depresión y ansiedad, dado que es eficaz y preferible frente a la prescripción de fármacos. Tal y como explica este informe, si bien a corto plazo la terapia y el uso de fármacos presentan una eficacia similar, a largo plazo es la terapia psicológica la que ha demostrado que mantiene mejor sus efectos.
Los datos anteriores irían en la línea de que los tratamientos farmacológicos muchas veces ayudan (y por supuesto, pueden ser una buena ayuda al tratamiento psicológico paralelo cuando los problemas son serios y no permiten trabajar únicamente a través de una intervención psicológica), pero por sí mismos, a la larga no solucionarían el problema porque no intervienen en su raíz, lo que contribuye a perpetuar la situación de la persona y a generar descontentos entre la población con el tipo de intervención.
En muchas ocasiones es la propia persona la que llega al Centro de Salud demandando asistencia psicológica y el problema en este caso es que, debido a la falta de psicólogos en el Sistema de Salud Español, (se requiere aprobar una oposición para la que apenas ofertan plazas), no se le puede proporcionar una intervención con la duración, seguimiento y calidad adecuada.
En días como hoy deberíamos reflexionar sobre este problema, y sobre todo, las autoridades pertinentes, deberían plantearse algún cambio, pues a la larga, como los propios datos demuestran, una mejor intervención en los problemas de salud mental radicarían en una reducción del gasto económico en bajas laborales y pensiones de incapacidad, así como en los propios tratamientos farmacológicos tanto psiquiátricos como de otro tipo de problemáticas físicas relacionadas con las problemáticas psicológicas….
jueves, 6 de octubre de 2011
Lo que hacemos repercute en nuestro cerebro
Del mismo modo que nuestros comportamientos y nuestros hábitos de vida afectan a nuestra salud física y orgánica, nuestro cerebro, como un órgano más de nuestro cuerpo, también se ve afectado por nuestros comportamientos y hábitos cotidianos. Esta repercusión de la conducta sobre el cerebro puede ser tanto en positivo como en negativo.
¿Cómo se explica que a través de la conducta se modifique el cerebro?
El cerebro está formado por un gran conjunto de células llamadas neuronas. Las neuronas son capaces de trasmitir información entre sí en forma de impulsos eléctricos y de elementos químicos (los neurotransmisores). Pero para trasmitir información, las neuronas deben establecer conexiones unas con otras, de modo que estos impulsos eléctricos y químicos, puedan ir avanzando a través de ellas.
Cuando venimos al mundo, lo hacemos desprovistos de todo aprendizaje. Sólo disponemos de unos cuantos reflejos muy básicos (innatos, no aprendidos) a través de los cuales empezamos a conocer el mundo. Cuando nacemos las neuronas en nuestro cerebro aún están algo inmaduras y desconectadas entre sí (sobre todo las de las zonas corticales superiores, responsables de los comportamientos complejos, no reflejos). Tan sólo esas vías reflejas están maduras y es a través de esos pocos reflejos como empezamos a tener las primeras experiencias de aprendizaje. Esas experiencias de aprendizaje posibilitan que las neuronas empiecen a establecer conexiones unas con otras para posibilitar cada vez movimientos más complejos y coordinados, que responden cada vez más a las planificaciones del bebé. Más adelante se aprenderá a imitar gestos, a emitir los primeros sonidos y a articular las primeras palabras…hasta hacernos capaces de organizar frases, aprender secuencias de movimientos complejas, desarrollar razonamientos, tomar decisiones y todo el conjunto de habilidades complejas de las que los humanos hacemos gala.
Es el contacto con el ambiente lo que posibilita que el cerebro vaya teniendo forma (estableciéndose conexiones específicas en cada persona), de manera que el tipo de habilidades que aprendamos estará siempre en función del tipo de estimulación y experiencias de aprendizaje a las que hayamos estado expuestos. No obstante, del mismo modo que para aprender algo y que ese aprendizaje quede plasmado en el cerebro (a través de una serie de circuitos neuronales) hay que estar expuesto a las mencionadas experiencias de aprendizaje, para modificar o eliminar esos aprendizajes, hay que verse expuesto a experiencias de aprendizaje diferentes, dejar de practicar aquellos comportamientos aprendidos o que estos dejen de ser útiles o beneficiosos (y por tanto no merezca la pena repetirlos).
Toda conducta aprendida puede consolidarse y pasar a formar parte de nuestro repertorio comportamental y a medida que dicho comportamiento se continúe emitiendo, puede automatizarse, sobre todo cuando se trata de secuencias conductuales que siempre se realizan de la misma manera o ante los mismos estímulos. Podemos automatizar desde el modo de conducir y el montar en bici hasta la tendencia a comer rápido y el hábito de fumar un cigarrillo al terminar de comer, entre otras muchas cosas… El haber automatizado una conducta quiere decir que su emisión cuesta poco trabajo, desencadenándose de manera casi inmediata, con escasa dificultad y siempre de la misma manera cuando aparecen determinados estímulos asociados a la conducta. Esto a nivel neuronal supone que dichas conductas están representadas por circuitos neuronales que han establecido conexiones muy fuertes a base de la repetición de dichos actos de manera frecuente y siempre del mismo modo. Las conexiones neuronales fuertes favorecen que la información para la acción “viaje” rápidamente a través de esa red de neuronas cuando aparecen los estímulos convenientes, traduciéndose de manera rápida en la conducta, exigiendo poca atención y escaso coste de recursos.
No obstante, el que una secuencia conductual, como puede ser conducir, se automatice, no quiere decir que no podamos introducir modificaciones o que no podamos volver a convertirla en un acto “consciente” (objeto de nuestra atención). Para ello sólo hay que volver a hacer el esfuerzo de reparar en lo que estamos haciendo. Por ejemplo, si vamos conduciendo y escuchando la radio, es probable que si dominamos la conducción y además conocemos el trayecto, podamos enterarnos de lo que por la radio se cuenta sin problemas. Sin embargo, si ese día nos vemos obligados a modificar nuestro trayecto, es posible que tengamos que destinar más recursos y atención al acto de conducir e incluso la radio se convierta en un distractor. Del mismo modo, cuando hemos adquirido la costumbre de fumar un cigarro después de comer, probablemente realizaremos la conducta de sacar el cigarrillo cuando llegue ese momento, y experimentaremos ganas cuando se de esa situación y no tengamos uno a mano. Pero todo hábito y toda conducta, por muy automatizada que esté, puede ser objeto de cambio de igual modo que ha sido objeto de aprendizaje. Esto se debe a que el cerebro tiene una gran plasticidad a la hora de establecer y modificar conexiones, aunque, eso sí, cuanto más consolidada esté la conducta y mayor haya sido la repetición de la misma, más costará modificarla.
Hasta aquí se ha hecho un breve resumen de cómo se aprende y consolida una conducta y como este aprendizaje tiene un correlato neurológico a través de una serie de circuitos neuronales, en los que las neuronas estarán más o menos conectadas y más o menos activas en función del grado de repetición de dichas conductas.
¿Qué repercusiones puede tener nuestra conducta en el cerebro?
Nuestro comportamiento puede afectar al cerebro de dos maneras. Una de ellas ya la hemos visto: Cuando aprendemos algo, ese aprendizaje queda plasmado en una serie de circuitos neuronales y el tipo de conexiones que se establecen dependerán del tipo de experiencias de cada persona. De esta manera, la configuración cerebral a nivel de circuitos es específica de cada persona (al margen de las similitudes generales de la morfología cerebral). Una segunda manera de producir cambios en el cerebro es por medio de nuestros hábitos de vida y salud: el tipo de dieta, la realización de ejercicio, el consumo de tóxicos… Todos estos comportamientos pueden tener una repercusión en el funcionamiento del cerebro como órgano, tanto a nivel vascular, como a nivel de procesamiento. Por ejemplo, el consumo excesivo de ciertas sustancias como el colesterol, la sal, el alcohol o el tabaco pueden ocasionar daños vasculares que a su vez pueden derivar en ictus cerebrales y microinfartos, que pueden deteriorar el procesamiento cerebral e incluso favorecer la aparición de lesiones o demencias. Por otro lado, el consumo de tóxicos además de trastocar el procesamiento de la información como resultado de los efectos de la sustancia activa, también puede a la larga repercutir en capacidades como la memoria, la coordinación motora, la capacidad de razonamiento y planificación, el control de impulsos…
No obstante, no sólo es necesario cuidar nuestros hábitos de vida, sino también ejercitar nuestro cerebro para mantenerlo activo y en un funcionamiento óptimo, conservando esa capacidad de aprender y ejecutar, que con el tiempo puede irse deteriorando. Acabamos de ver cómo el cerebro es moldeado por nuestras experiencias de aprendizaje y cómo a través de la práctica de todo lo aprendido (tanto a nivel de comportamiento como a nivel de uso de conocimientos) los circuitos cerebrales se mantienen activos y fuertemente conectados. De la misma manera que hacemos ejercicio para mantener el cuerpo sano, una mente activa asegura la creación de conexiones neuronales, lo cual ha demostrado ser un buen paliativo para la pérdida de capacidades cognitivas con la edad o para el daño que puede producir una demencia como puede ser el Alzheimer.
Pero… ¿Qué hay que hacer para mantener el cerebro sano?
Además de cuidar nuestros hábitos de salud para que no repercutan de manera negativa en el cerebro, debemos mantenerlo activo y esto puede hacerse de una manera muy simple, pues a través de las propias actividades cotidianas e incluso a través de entretenidos ejercicios como los pasatiempos, la lectura o los juegos de razonamiento podemos contribuir a ejercitar la llamada “materia gris”.
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