Como ya se ha tratado más detenidamente en un post anterior (ver “La Personalidad: ¿A qué nos referimos?” para completar la información), el término “Personalidad” hace referencia a un conjunto de patrones de comportamiento (formas de actuar, reaccionar, emocionarse y pensar) relativamente estables a lo largo del tiempo y las situaciones. Alude a las maneras en que tendemos a comportarnos en una gran variedad de las situaciones que vamos experimentando en nuestra vida. Esas tendencias de conducta son las que nos permiten ser relativamente predecibles para el resto de la gente, aunque la “Personalidad” de ninguna manera determina nuestro comportamiento en todas y cada una de las situaciones, sino que tan solo se refiere a patrones de conducta que tienen más probabilidad de llevarse a cabo, debido a que se han consolidado a través de nuestra experiencia previa en situaciones similares. Estos patrones de comportamiento habrían sido aprendidos a lo largo de nuestra historia de vida y a base de haber sido reforzados se habrían consolidado como un “modo de ser”, o más bien de actuar y pensar, relativamente estable y característico de la persona, formando parte de nuestro Repertorio Básico de Conducta. En definitiva, a este repertorio de conductas que es producto de nuestra historia de aprendizaje es a lo que nos referimos cuando hablamos de Personalidad.
Pero..."¿Cómo se desarrolla la "Personalidad"?
La Personalidad no está predeterminada sino que se va confeccionando a lo largo de nuestra historia de aprendizaje en función de las experiencias por las que vamos pasando durante el proceso de desarrollo y socialización. La Socialización es el proceso de aprendizaje que permite al niño desde que es pequeño, incorporar las conductas, creencias, normas, valores… apreciados, valorados y reforzados por el grupo cultural en el que se inserta, para pasar a formar parte plena de él. El proceso de socialización es uno de los principales factores que influyen en la configuración de la personalidad pero éste interactúa con otros muchos factores que también ejercen su influencia en la conformación del Repertorio de Conductas de la persona. Entre todos estos factores, la carga genética y las características orgánicas de la persona (ej. posibles malformaciones físicas o déficits sensoriales, ciertos rasgos físicos de la persona, problemas en el funcionamiento de algún órgano, enfermedades congénitas o hereditarias…) también juegan un papel importante, pues pese a que los comportamientos que configuran nuestro repertorio son aprendidos (no nacemos con ellos ni vienen, “escritos” en nuestros genes sino que los desarrollamos en nuestra interacción con el entorno), éste aprendizaje se da bajo unas condiciones biológicas y situacionales de partida (como las anteriormente aludidas) que influirán en cómo se desarrollen esos aprendizajes: qué comportamientos serán con mayor probabilidad o más fácilmente emitidos por la persona y cuáles serán o no reforzados por el entorno. Los comportamientos que sean reforzados en muchas ocasiones se consolidarán con más facilidad y pasarán por tanto a conformar nuestro repertorio de conductas con más probabilidad que otros.
Pongamos un ejemplo de lo anterior: Imaginemos una persona que nace con una discapacidad auditiva. Dicha condición biológica innata funcionará como una característica (Variable Disposicional) que influirá en el modo en que se desarrollará la interacción de esta persona con su entorno y por tanto, influirá también en el tipo de experiencias de aprendizaje que tenga y los comportamientos que se incorporen a partir de ellas. Por ejemplo, el tipo de relaciones que establezca con las personas de su entorno podría verse influido, siendo las interacciones diferentes a las que podría establecer una persona oyente con su grupo de iguales. En este sentido el déficit auditivo podría suponer una barrera para establecer interacciones normalizadas desde la llegada al mundo, al menos hasta el momento en que se aprenda el lenguaje de signos o se desarrollen estrategias efectivas de comunicación con el entorno. Desde la llegada al mundo habría parte de la estimulación que la persona con déficit auditivo no percibiría. Ésta podrá ser compensada por otras vías sensoriales y por tanto, no necesariamente tendría que derivarse de esto ningún problema posterior ni ninguna dificultad añadida más allá de la que supone el propio déficit auditivo (la necesidad de aprender otros modos de comunicación alternativos). No obstante, si la persona no maneja adecuadamente éste déficit, sí pueden surgir problemas que se plasmen en el tipo de patrones de conducta que la persona incorpore a su repertorio. Supongamos, por ejemplo, que por su déficit auditivo la persona opta por aislarse de su entorno cuando éste está formado por personas oyentes, adoptando patrones de comportamiento social de tipo evitativo (precisamente por las dificultades que entraña la interacción social con todo aquel que no maneje el lenguaje de signos). Con el tiempo la persona podría convertirse en un individuo socialmente inhibido (al menos en el contexto de personas oyentes), siendo ésta la etiqueta que mejor definiría el modo en que tiende a comportarse en situaciones sociales. Esta conducta de evitar y rehuir la interacción social con personas oyentes sería algo que ha venido consolidándose en su repertorio a través de la repetición y porque ha venido resultando útil a la persona, pues al evitar el contacto social con personas oyentes, también se está evitando el malestar que esto supone y los esfuerzos que la persona debe realizar para hacerse entender. No obstante, podría ocurrir que esa misma persona no tuviera ningún problema a la hora de interactuar con personas que manejen el leguaje de signos y en estos contextos no se muestre para nada inhibida. En este caso no se trataría de una persona con déficit de habilidades sociales, como podríamos suponer, sino que las personas también aprendemos a discriminar entre unas situaciones y otras y podemos adaptar nuestro comportamiento a la situación eligiendo en qué momento comportarnos de un modo y en qué momento comportarnos de otro. Esto no quiere decir que nuestra personalidad sea voluble, sino, más bien, que la conducta es flexible y adaptativa. El que podamos discriminar qué conductas nos compensan más en unas situaciones y en otras no es incompatible con que puedan existir ciertas tendencias de actuación relativamente estables y generalizadas y que el aprendizaje de dichas conductas venga influido por un amplio conjunto de factores personales (ej. factores genéticos, orgánicos etc.) y situacionales (características del contexto).
Por poner otro ejemplo, de cómo las características biológicas pueden ejercer influencia en el modo en que se desarrolla la conducta y la personalidad, la investigación ha demostrado que las personas con rasgos físicos atractivos (la gente “guapa”) tiende a ser en general más hábil socialmente y más inteligente. Esto tiene la explicación precisamente en el modo en que estas características influyen en el modo en que se desarrollan las experiencias de aprendizaje. La gente guapa tiene experiencias sociales más positivas, está expuesta a más experiencias de refuerzo en su interacción con los otros y en la medida en que a la especie humana nos gusta más interactuar con personas con rasgos físicos armoniosos, estas personas estás expuestas a mayor estimulación y atención por parte del entorno. La contrapartida de esta mayor estimulación y experiencias de interacción más ricas y reforzantes es el desarrollo de mayores habilidades sociales y un nivel de inteligencia por lo general medio-alto. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se está hablando en términos generales y que, como en todo, habrá excepciones. Lo que sí es claro es que las experiencias a las que tengamos acceso y la cantidad y tipo de estimulación que recibamos influirán en las habilidades, capacidades y patrones de conducta que adquiramos, y en definitiva, en el tipo de personas que “seamos” o en los rasgos o tendencias de comportamiento que nos caractericen.
Según lo que hemos venido tratando, existirían un conjunto de variables disposicionales (características biológicas de tipo innato o adquirido) que en combinación con las experiencias de aprendizaje que tienen lugar durante el proceso de socialización, influyen en la formación de lo que llamamos “Personalidad” (nuestras tendencias de comportamiento). No nacemos determinados para “ser” o comportarnos de una manera específica, sino que somos resultado de nuestras experiencias de aprendizaje. En ellas tiene algo que decir la carga genética, pero ésta actúa sólo como un factor modulador de la experiencia, sin predeterminar el resultado de la misma. El principal papel en la configuración de la Personalidad lo juega la experiencia vital a la que accedemos a través de los agentes de socialización, siendo tres los principales: La familia, la escuela y el grupo de iguales.
Todo individuo forma parte de una sociedad que tiene unas formas características de pensar, sentir, actuar y conducirse. Desde que llegamos al mundo, las personas debemos aprender los valores, las normas de conducta, las creencias, los ideales, los intereses… de nuestra cultura concreta, aprendiendo los modos específicos de satisfacer nuestras necesidades que son reforzados por cada cultura y grupo social y que nos permitirán adaptarnos al mismo. A todo este proceso ayudan los tres agentes de socialización mencionados, participando desde que un niño viene al mundo en el desarrollo de los hábitos, la manera de percibir e interpretar el mundo que le rodea, la absorción de conocimientos por experiencia directa o indirecta, la incorporación de normas y reglas de conducta…
Los resultados de todos los aprendizajes que vamos realizando son modificaciones relativamente estables en la conducta de la persona como producto de la experiencia, pues en definitiva, en eso consiste el Aprendizaje (producir un cambio más o menos estable en el tiempo pero que puede tener efecto reversible en la medida en que no es algo predeterminado, sino que depende de la experiencia). En función de nuestras experiencias, así seremos.
La familia, el grupo de iguales y la escuela tienen una gran influencia en el tipo de experiencias de aprendizaje a las que nos vemos expuestos. Todos ellos determinan el tipo de estímulos sociales que se le presentarán al niño, la información o normas que se le enseñan, las formas de actuar o de pensar (ideas, creencias, formas de interpretar la situación y la conducta de los otros) que se van a recompensar (y a promover) o a castigar (ya a eliminar). Ello determina qué se va a consolidar como parte del repertorio de conducta y que no. Como resultado de ello, las experiencias tienden a reforzar algunos repertorios de conducta que irán conformando los “rasgos de personalidad”. Si por ejemplo dentro de la familia un niño aprende que haga lo que haga o diga lo que diga (esté bien o esté mal) recibe el castigo o la crítica de sus padres, además de no aprender a discriminar que es lo correcto y lo incorrecto en cada situación, puede aprender a que es mejor callarse y no hacer nada para no recibir castigo. De esta forma se desarrollará y consolidará un patrón de conducta inhibida que a menos que no se vea mitigado por experiencias de aprendizaje opuestas en otros contextos diferentes a la familia (ej. la escuela o el grupo de amigos), donde el niño sí sea reforzado, se mantendrá en el tiempo y podrá convertirse en un rasgo que le caracterice (pues será la manera en que tienda el niño a comportarse en un conjunto amplio de situaciones).
Las pautas de crianza en el hogar, las enseñanzas en la escuela, las interacciones con el grupo de iguales, la información recibida y la observación de las conductas a través de los medios de comunicación… permiten a las personas ir incorporando desde niños ciertos aprendizajes y los elementos socioculturales relevantes, adaptándonos así al entorno social en cuyo seno debemos vivir y conformando en cada persona unos repertorios de conducta (Personalidad) específicos que nos caracterizan aunque no nos determinan. La Personalidad en la medida en que se confecciona a partir de las experiencias de aprendizaje también es modificable en base a las mismas (exponiéndonos a experiencias de aprendizaje alternativas). La mayor o menor dificultad para cambiar un hábito o tendencia de comportamiento depende de su grado de consolidación, que depende a su vez de cuánto haya sido repetida y reforzada esa conducta.
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